Luis María Anson



La dictadura de Franco fue muy larga y, como es natural, evolucionó en algunos aspectos. A partir de 1936 y hasta bien adelantada la Guerra Mundial, Serrano Suñer organizó el nuevo Estado a imitación del fascismo de Mussolini. En la primera Ley Fundamental del Movimiento Nacional se califica a la España nacional de "Estado totalitario". Tras la invasión de Francia, Franco escribe a Hitler para expresarle "mi entusiasmo y el de mi pueblo, que observa con profunda emoción el glorioso curso de una lucha que ellos consideran propia". A la entrevista de Hendaya, el dictador español fue decidido a participar en la guerra. Aunque Hitler rechazó las aspiraciones franquistas, el caudillo envió en 1941 a la División Azul para que combatiera en favor de los nazis. Elogió entonces la Monarquía de los Reyes Católicos, por ser "totalitaria y racista" y expulsar a los judíos de España. En 1942, afirmó en un discurso en Sevilla: "...si el camino de Berlín fuese abierto, no sería una división de voluntarios españoles la que allí fuera, sino que sería un millón de españoles...". El 30 de septiembre de 1942, según Preston, "la admiración de Franco por Hitler era inquebrantable". El historiador británico aporta documentos incontrovertibles que demuestran que Franco era hitleriano hasta la médula. En el verano de 1944, todavía creía el dictador español en la victoria de Hitler. En una carta al duque de Alba, asegura que con el "rayo cósmico", Hitler iba a modificar el curso de la guerra y que, al desembarcar en Normandía, Churchill y Eisenhower "habían caído en la trampa alemana". "Conozco los efectivos del Eje -le escribe Franco a Alba- porque sigo de cerca las operaciones. Me faltan alrededor de 80 divisiones que creo veremos aparecer por algún sitio en cualquier momento".



El radiomensaje de Navidad de 1944 de Pío XII, Benignitas et humanitas, a favor de los aliados y del sistema democrático frente al totalitarismo fascista, le hacen comprender a Franco que la suerte está echada. Relega entonces, aunque solo en parte, a la Falange y nombra varios ministros, encabezados por Martín Artajo, teóricamente democristianos. Franco transforma el Estado fascista y totalitario en una dictadura militar pura y dura que mantuvo, reblandecida en los últimos años, hasta su muerte.



Este es el escenario en el que transcurre la última novela de Juan Manuel de Prada. Se titula Me hallará la muerte y, aunque el autor demuestra ser mucho mejor novelista que historiador, habrá que convenir el interés sin decadencia de su relato. Juan Manuel de Prada es ya uno de los grandes novelistas españoles actuales y, además, un hombre de letras. Le sigo desde sus primeros balbuceos y me asombra la maestría que ha alcanzado siendo todavía muy joven. Me hallará la muerte está construida sobre una sólida arquitectura narrativa y argumental, con un lenguaje de eficaz sobriedad, varios personajes psicológica- mente bien definidos y unos diálogos erizantes. Es el espejo puesto delante de la España incierta que se vivió después de la guerra incivil . Con un notable sentido del humor y de la actualidad, narra la llegada del Semíramis a la bocana del puerto de Barcelona mientras una multitud de catalanes emocionados entonan el Cara al sol. Era la época en que el diario La Vanguardia titulaba a toda plana cuando el dictador visitaba Cataluña: "Llega a Barcelona la paloma de la paz".



Aparte de personajes tan bien estudiados como el capitán Palacios, Prada se centra en Antonio y Carmen, que son algo más que delincuentes y que viven aventuras trepidantes hasta que Becerra le descerraja a Antonio un tiro en el corazón. Como Prada es un escritor independiente, como no pertenece a ningún circuito de la progresía, como mantiene enhiestas sus ideas sin someterse a la dictadura de los intelectuales trasnochados, son muchos los que se niegan a reconocerle talento y calidad literaria. Inútil esfuerzo. Por encima de sectarismos excluyentes, Juan Manuel de Prada es un gran novelista y se ha encaramado ya en los puestos cimeros de nuestra república de las Letras.