Image: Cristianos, islamistas y ateos

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Primera palabra

Cristianos, islamistas y ateos

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

25 enero, 2013 01:00

Luis María Anson


Sería absurdo que en naciones de Constitución laica como España se enseñe el catecismo en las escuelas públicas. Más absurdo todavía resulta que no sea asignatura obligatoria la Historia de las religiones. Me estoy refiriendo a una cuestión de cultura general. Cualquier persona que haya recorrido el mundo con los ojos despiertos y el ánimo despejado sabe que no se entiende bien la significación de Angkor Wat en Camboya, Borobudur en Indonesia, Notre Dame en París, el monasterio de El Escorial en España, San Pedro en Italia, el templo del Cielo en Pekín, la mezquita de Santa Sofía en Turquía, el Taj Mahal en la India o la gran sinagoga en Jerusalén sin tener una idea de las religiones que informaron esos monumentos. Lo mismo ocurre al leer una parte sustancial de la literatura japonesa, rusa, china, egipcia, francesa o estadounidense o al contemplar las pinturas o las esculturas de esos países, tantas veces inspiradas en pasajes de las diversas religiones.

Y no descartemos el paganismo de la cultura general. La leyenda dorada de los héroes y de los dioses vertebra toda la cultura occidental y alienta en la poesía, el teatro, la novela, la filosofía, la pintura, la escultura y la arquitectura de los principales países del mundo.

Más de 2.200 millones de cristianos, la mitad de ellos católicos y la mitad de estos de habla española o portuguesa, se encaraman en la cabeza de las religiones, hoy, en el mundo. A cierta distancia están los musulmanes, con 1.600 millones, y en tercer lugar los hindúes, que sobrepasan ya los 1.000 millones. Las 10.000 religiones restantes, algunas tan significativas como el budismo, el sintoísmo, el animismo, el taoísmo o el judaísmo, se reparten el resto del pastel religioso, que no el de la población mundial, puesto que ateos, agnósticos y no creyentes significan el 16,3%, es decir, cerca de 1.100 millones de personas, si bien China y Corea con sistemas totalitarios desvirtúan la realidad de la cifra. Este último dato resulta, sin embargo, especialmente significativo. Frente al 31,5% de cristianos, 23,2% de musulmanes, 15% de hindúes, los que prescinden de Dios en sus vidas escalan ya la cota del 16,3%. Pablo VI, que era un intelectual reflexivo y atormentado, creía necesario organizar un frente común de las religiones que combatiera el ateísmo creciente. Así lo manifestó en la India. Su grito ecuménico, a pesar de avances significativos, no ha cristalizado todavía.

La buena nueva evangélica mantiene considerable vigor y el Santo Padre de Roma es el líder espiritual del mundo. La aportación de las religiones a las expresiones culturales se conserva viva. Tras una parte sustancial de la literatura, la filosofía, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, el cine y la ciencia, alienta en el occidente cristiano, en el mundo musulmán o en el hinduismo y el budismo extremoriental el impulso de las religiones. Un análisis desapasionado de la realidad, incluso desde posiciones agnósticas, deja a las claras esta realidad incontestable, lo que me devuelve a la consideración inicial de este artículo. A los niños y niñas en las naciones laicas, ni adoctrinamientos ni catecismos en la escuela pública pero sí estudio de las religiones antiguas y actuales, para que puedan disfrutar a lo largo de sus vidas del placer de la cultura de forma más cabal e intensa.

Zigzag

El mundo que rodea a Tito Suárez Pérez es sencillo y profundo. El poeta se da a la melancolía de las cosas cotidianas. El tiempo y la carne es un libro que estremece. Poesía, auténtica poesía en prosa, Manuel Zabal la destaca con palabras sabias. El poeta descubre la presencia frutal de la amada y el leve dibujo de su cuerpo en la arena. Esther acaricia las rosas y se imagina comiendo tierra, que su cuerpo se hacer árbol... y florece la primavera. Suárez Pérez golpea sus ojos contra la hierba y roza a veces el surrealismo con imágenes que tiemblan como le da Freud dándole una amapola a Mahler. El poeta acierta en los adjetivos y las metáforas, lejos siempre del tópico y los lugares comunes. Al hablar del bolígrafo escribe: "Se me muere entre los otros el sexto dedo de mi mano".