Luis María Anson

El logos y el pathos se rozaron siempre como puntas de pedernales. Algunas religiones los convirtieron en incendio. La razón y la fe mantienen en el siglo XXI las espadas en alto. Ortega y Gasset no era creyente y organizó su vida y su pensamiento al margen de los tirones del más allá. Unamuno tenía fe. Hizo esfuerzos de profundidad y zozobra para conciliar la razón y la emoción, para que la fe no desbaratara el pensamiento que vertebró su actividad intelectual. La agonía del cristianismo es, sobre todo, la agonía del autor, angustiado siempre entre las llamas de la fe y las nieves de la razón.



Joseph Ratzinger decidió descalzar de sus pies las sandalias del pescador. Cree que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios y defiende "la profunda consonancia entre el logos griego y lo que es fe en Dios, según la Biblia". Intelectual antes que nada, el Papa cesante se apoya en el Evangelio de San Juan: "En el principio ya existía el logos", es decir la palabra, la razón de la palabra. En ella encontrarán su síntesis, lejos de Hegel, los caminos, "a menudo arduos y tortuosos", de la fe bíblica.



Para Ratzinger el encuentro entre el mensaje cristiano y el pensamiento griego, que ha nutrido la entera cultura europea, no es una casualidad. El espíritu bíblico y el filosofar heleno tenían forzosamente que conciliarse porque, salvo excepciones, el hombre se debate entre dos fuerzas que lo solicitan y que no deben ser contrarias: la fe y la razón. "Dios -según el Papa- afirma de Él simplemente "Yo soy", su ser, es una contraposición al mito que tiene una estrecha analogía con el intento de Sócrates de batir y superar el mito mismo".



Benedicto XVI ha vivido atormentado como Pablo VI por la duda del huerto de los olivos, por la angustia de Getsemaní. Triste está mi alma hasta la muerte, quedaos aquí y rezad conmigo. Su pensamiento grana al escuchar la palabra de la zarza ardiente: "Yo soy". Ahí es donde se adensa el espíritu del Papa cesante. Ahí se remansa su inteligencia. Ahí aprende a vencer la duda. Rubus ardens docuit me vincere. "No actuar con el logos -escribe el Papa- es contrario a la naturaleza de Dios. Duns Escoto, en contra del razonamiento agustiniano y tomista, afirmaba que solo conocemos de Dios la voluntas ordinata. Benedicto XVI no coincide con Escoto porque cree que las posibilidades de Dios son "abismales y permanecen para nosotros eternamente inaccesibles y escondidas tras sus decisiones efectivas". En 1215, el IV concilio de Letrán afirmaba que "las diferencias son infinitamente más grandes que las semejanzas pero sin llegar por eso a abolir la analogía y su lenguaje". No hay contradicción entre fe y razón para Ratzinger porque el "Dios verdaderamente divino es el Dios que se ha manifestado como logos y ha actuado y actúa como logos lleno de amor por nosotros". Entre el "eterno espíritu creador de Dios y nuestra razón creada existe una verdadera analogía". Tal vez por eso la palabra, el Verbo, se hizo carne y habitó entre nosotros.



Zigzag

Joyce Tyldesley ha escrito el más erizante de los centenares de libros que se han publicado sobre Tutankamón. Los ladrones robustecieron la historia del faraón porque no fueron capaces de encontrar y saquear su tumba. Cuando Carter y Carnavon después de mil peripecias descubrieron intactas las estancias que arropaban el sarcófago, el mundo, y no solo el arqueológico, se estremeció. Tres milenios se pusieron boca arriba para airear sus secretos. Tyldesley aporta en La maldición de Tutankamón datos estimulantes del descubrimiento, de su entorno y de los faraones de la XVIII dinastía que se extiende desde 1550 a 1295, con los fulgores del rebelde heterodoxo Akenaton o el gran Amenhotep. Una delicia de libro, en fin, para todos los que amen el misterio de la Historia.