Image: ¿Envenenaron a Pablo Neruda?

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Primera palabra

¿Envenenaron a Pablo Neruda?

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

8 marzo, 2013 01:00

Luis María Anson


Ceñí la cintura de Matilde Urrutia con mi mano izquierda y, en pie los dos, pronuncié así el discurso de inauguración de las instalaciones de la agencia Efe en Santiago de Chile. Al afirmar que es mejor para un pueblo disponer de periódicos libres aún sin Gobierno que de un Gobierno sin periódicos libres, el general que había enviado el dictador Pinochet al acto, se levantó y se fue.

Matilde creía que Pablo Neruda murió envenenado. Sara Vial, también. Otras personas del entorno del poeta no lo pensaban así. A mí me parece bien que desentierren el cadáver de Pablo y salgamos de dudas, aunque al autor de Tentativa del hombre infinito le hubiera horrorizado que hurgaran en sus restos. Recuerdo que en compañía de María Angélica Bulnes deposité cien flores bajo el nicho de Neruda en el Cementerio General de Santiago. Después trasladaron al poeta a Isla Negra y los que se ocuparon de la exhumación me dijeron que Pablo era una pavesa. Eso lo expliqué yo en una película -Neruda en Valparaíso- dirigida por Manuel Mateos, producida por Rocío Carrillo y rodada en Chile, en Isla Negra y en otras casas y lugares. Por primera y última vez trabajé como actor en un filme, en Neruda en Valparaíso, porque me lo pidió Manuel Mateos que era hombre de grandes calidades y un extraordinario director, del que emanaba la sinceridad y la autenticidad.

En Yo, Augusto, de Ernesto Ekáizer, el mejor libro que se ha escrito sobre la atroz dictadura chilena, el autor recoge la presión internacional, tras el golpe de Estado, en favor de Pablo Neruda. Nada le importaba, por ejemplo, a Franco la calidad literaria del poeta pero temía la reacción de relevantes sectores de la intelectualidad española si a Neruda se le vejaba o se le agredía. Así que, según explica Ekáizer, el embajador español Enrique Pérez-Hernández visitó a Pinochet y este le contestó: "La situación de Neruda, eso que se ha estado diciendo, que si ha sido detenido en un barco en Valparaíso o que está muerto, todo es falso. Ahora permanece en su residencia de Isla Negra".

Unos días después el poeta fue trasladado al hospital en Santiago. Desde allí me escribió un tarjetón que conservo, con palabras de esperanza escritas con su mítica tinta verde. Murió enseguida, el 23 de septiembre de 1973. Arrastraba un cáncer terminal, a pesar de lo cual es posible que los sicarios de Pinochet, que devastaron su casa en Santiago, aceleraran su muerte. En todo caso, tengo para mí que, si Pablo hubiera estado sano, la dictadura de Pinochet lo habría asesinado.

José Carlos Rovira termina su gran libro biográfico sobre el poeta con los versos últimos que Pablo dedicó a Matilde Urrutia, mi inolvidada, mi querida amiga: "El mundo es más azul y más terrestre cuando duermo enorme, adentro de tus breves manos". Ahora reposan ambos enlazados por sus tumbas de mármol en Isla Negra, ensordecidos por las aguas del Océano Pacífico, aquella inmensidad infinita que tanto emocionaba al autor de la canción desesperada.

Zigzag

Náufrago de su destino, el libro que sobre Don Juan ha escrito José García Abad, se distingue por el respeto histórico con que trata al personaje biografiado. En líneas generales es un excelente trabajo. Claro que hay inexactitudes, también visión de acontecimientos que no responden a la realidad. García Abad, en todo caso, ha sabido dar la importancia histórica que tiene el hombre que hizo frente a la dictadura de Franco durante tres décadas. En los últimos años, la figura de Don Juan ha sido resaltada por historiadores acreditados de varias nacionalidades. Sin su sagacidad y su generosidad, la Monarquía de la que ha disfrutado España, no hubiera sido posible. José García Abad, siempre desde el equilibrio y la independencia de juicio, se muestra especialmente sagaz en algunos análisis, como cuando relata la animadversión de Adolfo Suárez, que en ciertos aspectos no fue capaz de superar su formación falangista, contra Don Juan de Borbón, el hombre que defendió siempre el papel de la Monarquía como la institución que debía devolver la soberanía nacional al pueblo español, secuestrada por el Ejército vencedor de la guerra incivil.