En el Academic Ranking of World Universities no figura una sola Universidad española entre las cien primeras. Una vergüenza para la política educacional de nuestra nación. Ciertamente Estados Unidos arrasa. Solo las británicas Cambridge y Oxford, por este orden, y la japonesa Universidad de Tokio aparecen entre las veinte mejores del mundo. Heidelberg y la Sorbona han perdido el pelotón de cabeza, si bien entre las cien primeras, además de Estados Unidos e Inglaterra, figuran Universidades de Alemania, Francia, Suiza, Dinamarca, Taiwan, Singapur, Corea, Finlandia, Italia, Israel, Suecia, Rusia, Australia, Bélgica...

La ausencia de España es un clamor. El país de Salamanca y Alcalá, el que mantuvo durante siglos a varias de sus Universidades en la excelencia del mundo no dispone hoy de ninguna que se instale entre el centenar más destacado. La Universidad es el alma máter de la vida de una nación. Significa la continuidad de la ciencia, el termómetro cultural, la expresión de la sabiduría. Avergüenza lo que ha ocurrido en España en los últimos años con “la madre Universidad, naturaleza del alma”, del verso de Lope de Vega. En lugar de buscar y alentar la excelencia, la demagogia de algunos de nuestros políticos decidió igualar por el suelo. La falsa “democratización” de nuestras Universidad, el acoso a los catedráticos serios, el nepotismo rampante, la politización de las aulas y de los estudios, la radical sindicalización de la gestión han encendido el esplendor de la mediocridad que hoy nos ciega. Algunas Universidades privadas podrían haber paliado el desastre de la pública pero son demasiados los casos en los que, en lugar de exigir calidad, se han vendido de hecho los títulos, convirtiendo a los centros en un simple negocio.

No parece que el Ministerio de Educación disponga de planes para paliar el ludibrio universitario que padecemos. Habrá que confiar en la iniciativa privada, en alguna institución dispuesta a emprender la fundación de una Universidad, no española, sino en español, con participación de España, México, Argentina, Colombia…

He conocido el proyecto de la Fundación Ortega-Marañón que aspira a una Universidad de excelencia, instalada al menos entre las cincuenta primeras del mundo. España ocuparía el lugar que le corresponde en la comunidad universitaria internacional. La operación precisa de tiempo y recursos. Pero vale la pena plantearse en serio la recuperación del terreno perdido a causa de la torpeza, la ligereza, el partidismo, la actitud excluyente, la voracidad de los partidos políticos españoles, siempre atentos al interés particular, antes que al interés general, cada vez más inmersos en la larga, la interminable caravana de las corrupciones. Como escribió Cervantes, “letras sin virtud son perlas en el muladar”.

Poco se puede esperar de los políticos españoles para salir de la situación universitaria que nos enrojece de vergüenza. Carlos III encargó que se escribiera un libro con este lema: “Español, vuelve a donde solías”. Y es necesario retornar a la excelencia universitaria. Si el cardenal Cisneros levantara la cabeza enmudecería ante el descrédito de la Universidad en España, ante la demagogia barata con que algunos políticos han malherido el alma máter de la nación. Fernando Lázaro Carreter, más respetuoso que nadie con las personas que carecen de formación, decidió abandonar la Universidad, cuando se enteró de que su permanencia como catedrático emérito dependía del voto de las señoras de la limpieza.

ZIGZAG

Periodistas y políticos, jueces y policías desfilan en la larga caravana de la corrupción, haciendo de Los papeles de Barrabás una novela de interés creciente. Alberto Lardiés destaca en el periodismo joven de la España actual. Sus artículos y reportajes de investigación suelen ser excelentes. Ahora se adentra en la novela con notable pulso y sentido de la modernidad. El teléfono móvil es uno de los protagonistas de la obra junto al detective bebedor y cachondo que investiga la muerte de un magistrado del Tribunal Supremo.