Los mandarines y el cura
Se me escapa por qué una editorial seria se negó a publicar El cura y los mandarines, el libro de Gregorio Morán que he leído a ratos con regocijo, a ráfagas con el ceño fruncido. No se trata de un libelo. Tampoco de un texto intelectualmente desdeñable. No existe motivo razonable para rechazar la obra.
Apenas conozco a Gregorio Morán. Hablé con él en alguna ocasión cuando publicó Adolfo Suárez: historia de una ambición. Un gran libro. El mejor que he leído sobre el político falangista que fue presidente democrático de la Transición. He esperado sin impaciencia la publicación de sus nuevos libros, todos de menor fuste que su primera obra y alguno, como el que dedicó a Ortega, torpemente documentado y carente de altura intelectual.
Me aseguraron que El cura y los mandarines era un libelo sin el menor interés. No es así. Ni se trata de un libelo ni carece de interés. Se trata de la visión de una parte de la cultura española de medio siglo, según el criterio de un hombre muy inteligente que desgrana con acritud sus opiniones y sus desencantos. Gregorio Morán agiganta la figura de un personaje menor en el mundo intelectual español, Jesús Aguirre, al que convierte en eje de la vida cultural española de medio siglo. Ese error inicial no empece la agudeza de muchos de los juicios de Gregorio Morán que desvela corrientes subterráneas, rastrea huellas fugaces y desliza juicios a veces atroces sobre escritores consagrados a los que descuartiza sin piedad. De 1962 a 1996, el autor de El cura y los mandarines repasa mirando hacia atrás con ira la cultura desde las postrimerías de la dictadura hasta los comienzos de la democracia. Tiene el acierto de revelar las adherencias políticas de la vida cultural española tanto en la época del caudillaje de Franco como en los primeros tiempos de la Monarquía de todos encarnada por Juan Carlos I. En su opinión el PSOE fue un cáncer cultural y durante sus largos años en el poder, intelectuales que fueron transgresores en la dictadura se tornaron en reaccionarios durante la década de los ochenta. En el mundo de la cultura Felipe González “lo compró todo”.
La Real Academia Española le espeluzna a Gregorio Morán, tanto la de Menéndez Pidal como la de Fernando Lázaro Carreter y Víctor García de la Concha. No tiene razón el autor de El cura y los mandarines pero tampoco es el único escritor que mantiene semejante desdén y tanta ira acumulada contra la Casa. Gregorio Morán se muestra especialmente cruel con Muñoz Molina, con Francisco Rico, con Javier Marías, con José María Merino, con Fernando Lázaro Carreter, con Dámaso Alonso. Se complace en fustigar a Camilo José Cela y dedica sarcasmos inacabables a García de la Concha. Todo ello a través de las consideraciones del cura Aguirre. Escasos son los escritores o los representantes del mundo cultural que merecen su reconocimiento. Acierta en el elogio a Max Aub en su Laberinto mágico y a Jesús López Pacheco, que es uno de los escritores más auténticos e independientes que he conocido. También se recrea en José Hierro que fue, por cierto, académico electo de la Real Academia Española, y que compartía el escepticismo de vida de Gregorio Morán: “Qué más da que la nada fuera nada si más nada será después de todo, después de tanto todo para nada”.
El cura y los mandarines navega con rumbo cierto en el mar de las naderías de una parte de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX. Es un libro que producirá en muchos lectores considerable rechazo, pero que se ofrece pleno de documentación y de interés. No comparto una buena parte de los juicios de Gregorio Morán sobre los escritores a los que agrede pero no coincidir con él nada tiene que ver con desdeñar una obra que supone un notable esfuerzo intelectual para entender medio siglo de cultura española.