Concha Hécuba, premio Valle-Inclán
El aguacero de los premios literarios difumina de forma inevitable la calidad y la exigencia. Demasiados sonajeros nos aturden a la vez. Por eso es necesario destacar que el Valle-Inclán se ha convertido en el premio de referencia del teatro español, el galardón que actrices, actores, directores y autores desean ganar. Juan Echanove, Angélica Liddell, Juan Mayorga, Nuria Espert, Francisco Nieva, Carmen Machi, Miguel del Arco, Carlos Hipólito y Concha Velasco se han alzado con el Premio Valle-Inclán.
También lo ha consagrado el público, consciente del nivel y la independencia de un Jurado de expertos, presidido sucesivamente por Francisco Nieva, Antonio Mingote, Nuria Espert y Antonio Garrigues. El acto de entrega del premio (la soberbia escultura de Mari-Gaila de Víctor Ochoa y un cheque de 50.000 euros) se ha convertido en la cena de asistencia más codiciada en la escena española, gracias en buena parte al generoso patrocinio de la Fundación Coca-Cola, siempre atenta a las manifestaciones culturales de envergadura. Todo el mundo quiere ir y sentir la emoción de las eliminatorias entre los doce finalistas conforme al sistema Goncourt.
Hécuba, hija tal vez de la ninfa Evagora y del imperturbable Sangarios; hija, quizá, de Dimas, monarca de Frigia, casó con Príamo, rey de Troya y se dedicó a parir como una coneja los 14 hijos que le atribuye Apolodoro o los 50, qué exageración, que le adjudica Eurípides. Tras la guerra de Troya, se convirtió en esclava de los griegos. El rey Poliméstor mató a Polidoro. Su madre, Hécuba, se vengó sacando los ojos al monarca asesino. La gran tragedia de la reina esclava se consuma cuando Hécuba enloquece de dolor porque le arrancan a la única hija que le queda viva, Políxena, para verter su sangre sobre la tumba de Aquiles.
Concha Velasco se metió en la piel y en el alma del personaje en la obra de Eurípides, matizada por Juan Mayorga. Hizo una interpretación agresiva. El Jurado del Premio Valle-Inclán, tras varias apretadas votaciones, en las que cayeron Ignacio Amestoy, José Sacristán, José Ricardo Morales, José Sanchis Sinisterra, Lluís Pasqual, Santiago Sánchez, Alfredo Sanzol, Paloma Pedrero, Arturo Fernández, Ernesto Caballero y Blanca Portillo, decidió otorgar el galardón a Concha Velasco. El Valle-Inclán se concede al acontecimiento teatral del año y para muchos era indudable que ese acontecimiento en 2014 fue la creación de Hécuba por una Concha Velasco en el esplendor de su arte.
La vi bailar junto a Celia Gámez. Era una adolescente pero sus ojos y sus piernas pasaban la batería. La seguí en el cine, en la televisión, en el teatro. La recuerdo junto a Pilarín Clemens en Ven y ven al Eslava. Creció en El alma serena (sustituida por una Marisol Ayuso, delgadita y superatractiva), en Las cítaras colgadas de los árboles, Las arrecogías, Mata Hari, Filomena Maturano hasta darle la réplica a la gran Mary Carrillo en Buenas noches, madre. Me impresionó en un Tennesse Williams excepcional, La rosa tatuada, y no me podía creer que fuera capaz de convertirse en una puta vieja, gorda y ordinaria en La vida por delante, acompañada por ese actor de extraordinaria calidad que es Juan Antonio Quintana. La niña ye yé de la cintura caña verde en las películas tardofranquistas, se transformó en Madame Rosa, las vergüenzas, la celulitis y los michelines al aire. Solo una actriz inconmensurable es capaz de aceptar una transformación tan atroz. Dios santo, cuántas obras y cuántos años.
Dicen las lenguas ofidias que los dioses convirtieron a Hécuba en una perra y que sus aullidos se escuchan todavía cuando los políticos tórpidos del siglo XXI gravan el teatro español con un iva desmesurado. No sé si serán verdad los ladridos que atraviesan los siglos. Javier Villán, que conserva la coña marinera y escribe un blog de aliento adolescente, asegura que sí.