Las causas del descalabro del Partido Popular en las elecciones autonómicas y municipales han sido analizadas sin tapujos ni veladuras por analistas independientes en los periódicos impresos, hablados, audiovisuales y digitales. El desprecio a la cultura es una de esas causas. En diciembre del año 2011 se suprimió el ministerio de Cultura frente a la resistencia de los que escribimos expresamente en su defensa. En esta misma página dije yo entonces: “No sería positivo para el mundo de la Cultura que Mariano Rajoy suprimiera el ministerio del ramo.
No son pocos los intelectuales a los que repugna el encuadramiento de la Cultura en el Consejo de Ministros. Hay que respetar todas las opiniones. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que De Gaulle tenía razón y que, como aseguraba André Malraux, situar las manifestaciones culturales en el nivel ministerial conviene a todos. Tanto a escala nacional como, sobre todo, a escala internacional, los eventuales escollos, las necesarias iniciativas, determinadas protecciones, se desarrollan mejor desde un ministerio de Cultura que desde una Secretaría de Estado menor. Son muchos los dirigentes del mundo cultural alarmados por el anuncio del proyectado recorte de Mariano Rajoy. Algunos le han hecho llegar ya el mensaje del atropello que cometería si persiste en el error. No es que yo tenga muchas esperanzas de que un político descienda desde su soberbia a escuchar al mundo intelectual. Pero no está de más dejar constancia de lo que piensan muchos”.
Como potencia económica España se mueve entre el puesto diez y el catorce del mundo. Como potencia cultural ocupa el cuarto lugar. Unida a las naciones que se expresan en español rozamos la cabeza. Gracias a la calidad individual de algunos de nuestros artistas, gracias a ciertas entidades financieras, gracias a determinadas fundaciones, gracias a varias instituciones privadas, gracias a la musculatura de un pueblo volcado en las expresiones artísticas, gracias al aliento de la Corona, la España cultural ha sabido acallar los rebuznos de muchos de los dirigentes políticos y mantenerse a flote.
La cuestión viene de lejos. Adolfo Suárez, que tantos servicios rindió a la convivencia española, no entendió nunca el significado profundo del hecho cultural. Para él la máxima expresión de la cultura española era la serie audiovisual Curro Jiménez. Felipe González tenía otra dimensión e intentó la operación que hizo De Gaulle con el nombramiento de Malraux. Eligió a Jorge Semprún. Pero Semprún no era Malraux y tanto el presidente del Gobierno como su ministro se dejaron abducir enseguida por Jesús de Polanco, sumándose a la política sectaria y excluyente del diario pilotado por el gran empresario desaparecido.
Mariano Rajoy no tuvo en cuenta la experiencia democrática en la política cultural y ha tratado al mundo de las artes, las letras, la música y la ciencia con desdén y desprecio, asesorado por su eminencia gris, el gurú monclovita Pedro Arriola. Hombre muy seguro en sus errores, hay que reconocer que este Arriola tiene un gran prestigio por su capacidad para profetizar el pasado. Ni siquiera algunas cifras conclu- yentes de lo que mueve el mundo de la cultura han servido para atraer la atención de Moncloa. El gran tesoro cultural de España que es el idioma significa el 15% de nuestro PIB. Y otro dato significativo: al teatro en Madrid acude cada año un millón de espectadores más que a los estadios de los cuatro equipos madrileños de Primera División.
El divorcio entre el Partido Popular y el mundo de la cultura, con las debidas y relevantes excepciones, ha pasado factura electoral y eso tiene poco arreglo ahora. Es una cuestión de años, no de meses. Y si se les quebrara el desdén por la cultura mucho me temo que una buena parte de los dirigentes del Partido Popular en las cuatro Administraciones se dedicarían a la intervención partidista y a la protección de paniaguados y amiguetes, amén de mantener la tradicional genuflexión del centro derecha español por las manifestaciones de la izquierda radical.
Los poderes públicos con el dinero de todos deben dedicarse sin exclusiones ni sectarismos a ayudar a los diferentes sectores de la cultura, evitando intervencionismos inhóspitos o estériles protecciones. El desprecio por el hecho cultural, en fin, ha acentuado la hemorragia de votos que en las últimas elecciones ha desangrado al Partido Popular.