Es un hombre equilibrado y prudente. Se expresa siempre sin alzar la voz. Se inclina por la mesura y la moderación. Rechaza la vehemencia. Es un sabio pero no un sabio distraído ni un sabio fuera de la realidad. Por el contrario, está siempre instalado en la actualidad y la analiza desde su conocimiento profundo de la palabra como catedrático de filología latina. Asombran sus conocimientos. Está reconocido como el mejor latinista de España pero jamás hace alarde ni de su superioridad ni de su sabiduría. Escucho siempre con especial atención sus intervenciones en los plenos de la Real Academia Española. Defiende lo que piensa con segura firmeza pero sin ofender a nadie.
Ha dirigido un libro aleccionador que se titula 300 historias de palabras, tal vez porque 300 eran los espartanos que lucharon contra Jerjes en las Termópilas durante la II Guerra Médica, la sagacidad de Temístocles y el valor
de Léonidas frente al inmenso Ejército persa. Cada palabra incluida en este singular libro viene acompañada de la definición del Diccionario normativo de la Real Academia Española, de dos textos de autoridades y de una inteligente explicación histórica. Al hablar del sambenito, por ejemplo, se centra en el capote o escapulario con que se vestía para escarnio público a los condenados por la Inquisición. Miguel Delibes escribió páginas admirables sobre el sambenito en su novela El hereje.
Explica Juan Gil que tanga procede de la lengua tupí y la define como prenda de vestir pensada para cubrir en su parte delantera los genitales, quedando por detrás al descubierto los glúteos. Cree Juan Gil que carca es una abreviatura jergal de carcundia. Siempre he pensado que era la abreviatura de carlista católico. Sorprende el director del libro al explicar que corbata procede del antiguo corbato, “croata”, por llevarla originalmente los soldados de caballería de esa etnia europea. Despampanante, del latín pampinus, hoja de vid, produce asombro cuando la hembra se desprende del pámpano o la pampanilla, es decir, del taparrabos.
Opina Juan Gil que carnaval procede de carnevale, compuesto de carne y levare, quitar. Discrepa el latinista del hallazgo de Ortega y Gasset que documenta el origen de la palabra en El hombre y la gente. Los griegos honraban a Dionisos haciendo desfilar un navío sobre ruedas en los días de regocijo del largo festival de las Anthesterias. De ahí carro naval, carnaval. Recoge, por cierto, Juan Gil en esta palabra una cita de Jerónimo de Pasamonte, el cabroncete que escribió, al servicio de Lope de Vega, la segunda parte de Don Quijote de La Mancha con el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda.
En el Coloquio de los perros, convertido en una comedia moderna por Juan Mayorga, escribe Miguel de Cervantes: "...celadores prudentísimos tiene nuestra república que, considerando que España cría y tiene en su seno tantas víboras como moriscos...". Los moriscos se fueron pero las víboras permanecen y se acrecientan, por cierto, en las campañas electorales.
Visité en su día la tierra de los cafres en África del Sur. Es una etnia pacífica, hospitalaria, alegre, solidaria y extrovertida. Nada que ver con la palabra cafre tal y como la define el Diccionario académico y sintetizó Lope de Vega con crueldad en El castigo sin venganza: "los desnudos cafres que lobos marinos visten".
La harpía tenía rostro de mujer y cuerpo de ave de rapiña. Eso era en la Edad Antigua. Ahora arpía es la mujer de mala condición, fea y arisca. Y una palabra más para cerrar este artículo: afrodisiaco, de etimología griega: aphrodisiakós, erótico, venéreo. Se relaciona el término con la diosa Afrodita que nació de la espuma originada en el mar por los genitales de su padre Urano, al que por cierto castró Cronos. La Afrodita griega, o lo que es lo mismo, la Venus romana, "es uno de los temas recurrentes de la iconografía del arte occidental".
Una delicia, en fin, este libro de Juan Gil, 300 historias de palabras, auténtico recreo para el buen gusto literario.