El año de Cervantes
Pedí a los miembros de la Comisión Nacional del IV Centenario de la Muerte de Cervantes, en la que represento a la Real Academia Española, que me dieran alguna información sobre Pedro Franqueza. Naturalmente, nadie tenía la menor noticia del personajillo. Pedro Franqueza fue el Montoro del Rey Felipe III. Cuatrocientos años después, todo el mundo ignora al tal Franqueza pero sabe muy bien quién es Cervantes. Dentro de dos siglos, ni los especialistas tendrán noticia de Cristóbal Montoro, que ha excluido de los presupuestos 2016 la partida sustanciosa que parecía obligada para conmemorar el IV Centenario de la muerte del autor del Quijote.
El desprecio a la cultura por parte de algunos políticos bordea lo grotesco. Seguro que Montoro se considera más importante que Miguel Delibes, Juan Marsé o Rafael Alberti. Que se lo pregunten a los españoles del siglo XXIII. Por cierto, Pedro Franqueza fue condenado a prisión perpetua, acusado de fraude, cohecho y falsificación, por "la utilización que hizo de sus cargos para su enriquecimiento personal". Nihil novum sub sole, nada nuevo bajo el sol, si bien Cristóbal Montoro es impecablemente honrado y no pasará por ese trance. Lástima que no haya dedicado a Cervantes en su IV Centenario una parte de los impuestos con los que sangra a los ciudadanos al descargar sobre ellos su fiscoguillotina impune.
El inglés, como el latín en la Edad Media, como el francés en la primera mitad del siglo XX, es hoy el idioma internacional indiscutido. El español se mueve en segundo lugar, aunque a mucha distancia. Eso sí, el idioma de Cervantes y Borges, de San Juan de la Cruz y Pablo Neruda, de Ortega y Gasset y Octavio Paz, de Pérez Galdós y García Márquez, de Federico García Lorca y Gabriela Mistral, de Miguel Delibes y Mario Vargas Llosa ocupa el primer lugar como lengua materna, con 500 millones de hispanohablantes. No es cierto que China nos desborde porque el gigante asiático es un enjambre idiomático y dialectal y su lengua no puede considerarse internacional.
El español es, tras el inglés, la lengua que eligen los estudiantes en la Unión Europea, en China, en Japón y en los países más relevantes del mundo. En los Estados Unidos de América, el 80% de los que aprenden un idioma extranjero han escogido el español. Aún más, la gran nación americana es ya el segundo país hispanohablante del mundo por detrás de México pero por delante de España, Argentina y Colombia.
En el principal buscador de contenidos de la web, Google, el español se ha instalado como segundo idioma en su biblioteca virtual. Lo mismo ocurre en Wikipedia con un 19% de visitantes, frente al 5% del francés, el 3% del alemán o el 3% del japonés. Es necesario completar todos estos datos espectaculares, con el hecho económico de que nuestro idioma se acerca a lo que representa el turismo en el PIB español.
Mariano Rajoy y Cristóbal Montoro podrán desdeñar a Cervantes y a la lengua española en los presupuestos del Estado pero las cifras son demasiado tozudas para que importe demasiado la desatención de algunos políticos prepotentes y altaneros que en unos años pasarán al olvido. Por fortuna, centenares de instituciones encabezadas por la Real Academia Española, tan certeramente dirigida por Darío Villanueva, se disponen a conmemorar el IV Centenario de Cervantes con infinidad de iniciativas que demuestran la frondosa realidad de la vida cultural de nuestra nación.
El nombre más universal de la Historia de España no es el de un rey ni el de un gobernante ni el de un político ni el de un economista ni el de un santo ni el de un deportista. Es el de un escritor que tuvo una vida durísima, una economía precaria y una situación social comprometida pero que dejó, entre su vasta obra literaria, una novela excepcional para asombro del mundo entero: Don Quijote de la Mancha.
Y que desde la picaresca de Rinconete y Cortadillo, a la anagnórisis de La gitanilla; desde el temblor ante el Túmulo del Rey Felipe II al sacrificio patriótico de El cerco de Numancia, fue el hombre que vivió entregado a las letras y al esplendor del idioma.