Por las gradas de la cultura sube Luis Racionero con sus cuarenta libros a cuestas. Ha construido en la vanguardia varias novelas penetrantes. Ha desentrañado a Leonardo da Vinci. Ha bailado en los ojos de la Gioconda. Se ha tomado unos vinos con Pericles. Ha viajado en el tiempo para reescribir el himno al sol de Akenatón, el faraón monoteísta. Ha encendido el cerebro de Salvador Dalí. Se ha quemado en la nostalgia de Pla. Está encaramado en la cumbre del pensamiento español y ha reflexionado, como nadie lo ha hecho, sobre lo que significa Cataluña.
Si nuestros políticos fueran capaces de sacudirse el polvo de la mediocridad que les cubre, en lugar de persistir en sus balbuceos audiovisuales, dedicarían sus horas a leer despacio Concordia, discordia, el último libro de Luis Racionero, en el que disecciona los errores de España al tratar la identidad catalana. Desbarata el autor la mentalidad que intoxicó incluso a Américo Castro y a la primera inteligencia del siglo XX, José Ortega y Gasset.
"La solución sensata al órdago de Cataluña -escribe Luis Racionero- no es reprimir a dos millones de sus ciudadanos, ni la contención que mantiene el actual Gobierno, sino el pacto". Y el pacto pasa por reformar, acogiéndose al artículo 168 de la Carta Magna, la Constitución de 1978 "hacia un federalismo asimétrico
para llegar a acuerdos con Cataluña que apacigüen el malestar actual".
Desde la serenidad de un pensamiento equilibrado y profundo, el gran escritor se atreve a afirmar: "Yo creo
en la democracia siempre que se estructure para espacios a escala humana como las ciudades-estado griegas, para las cuales nació y se organizó. En espacios mayores la democracia ya queda viciada en parte -aunque aún es lo mejor que tenemos- porque tiende a convertirse en una oligarquía de partidos y una casta de políticos profesionales".
No se puede sintetizar mejor la enfermedad que padece España. La clase política y la casta sindical han convertido a partidos y sindicatos en un negocio económico trufado de corruptelas y en agencias de colocación para enchufar a parientes, amiguetes y paniaguados. Sin embargo, es necesario moderar la crítica a los partidos porque cuando un sector cualificado de la opinión pública en el primer tercio del siglo XX los vilipendió, se produjo el fascismo en Italia, el estalinismo en Rusia, el nazismo en Alemania, el franquismo en España, el salazarismo en Portugal... La deriva totalitaria es considerablemente peor que soportar la actual oligarquía de los partidos políticos a los que hay que regenerar y democratizar, no destruir.
Luis Racionero se desliza hacia la utopía, aunque no le falta razón, porque lo hace de forma inteligente. "Mi visión del futuro ideal -escribe sin veladuras- es una sociedad mundial, sin Estado pero con administración; sin políticos profesionales, pero con grandes profesionales de la organización y la programación, con ecólogos y generalistas en la Teoría de los Sistemas".
El autor de Concordia, discordia no se derrumba en el pesimismo. Cree en el futuro de nuestro país, si consigue caminar por la tercera vía y, desde su identidad catalana, canta a España, la nación que fue Safarad para los judíos errantes, jardín del profeta, claustro de monjes cristianos. "En su suelo amable -escribe- convivieron las tres grandes religiones y culturas del Mediterráneo y del mundo antiguo". Como en el verso de San Juan de la Cruz, Luis Racionero es "el que va por ínsulas extrañas". Entremos con él y con el autor del Cántico espiritual "más adentro en la espesura" para desentrañar y entender el ser de España en esta histórica hora de la general incertidumbre y la tórpida vacilación.