No se me borrará nunca la imagen de aquella Tunga que arrojaba cabezas de mujer al mar para plantar sirenas. La descubrí en ARCO. Es verdad que la gran feria madrileña del arte se nutre de no pocas camelancias para encandilar al papanatas o al nouveau rich. Predomina a veces la provocación por la provocación, la innovación sin ideas, el desafío al buen gusto como aquella Merda d'artista que la gran Rosina Gómez Baeza debió derramar sobre la cabeza de su autor. Pero nadie podrá negar la contribución de ARCO al entendimiento del arte contemporáneo, a la gran borrachera de las instalaciones en vanguardia, a la fascinante genialidad, al vómito espoleado, a la gloria en los escombros, al despeñadero de las ideas, al orco turbador.

Este año he salido un tanto decepcionado de ARCO. Le han faltado las flechas que se clavaron en la diana en exposiciones pasadas. Casi todo me ha interesado pero nada me ha deslumbrado. Algunas galerías me han enseñado en reproducciones obras de mayor fuste que las expuestas. Será el signo de los tiempos. Pero ARCO precisa ya de una renovación profunda para que no falten los grandes artistas de la vanguardia auténtica ni tampoco obras de los que vertebraron el siglo XX.

Me agradó el aluminio y la resina del Iluminator de Zilvinas Kenpinas. También los Perímetros de Johanna Calle, entre la intensidad y la delicadeza. Sorprendente la impresión en gelatina de plata de Ebbe Stub Wittrup. Teresa Lanceta acierta en sus realizaciones en lana y algodón. El fósil de mamut de Danh Vó atrajo mi atención. Y el bordado en algodón de Alighiero e Boetti. Pablo Picasso me dijo un día en su estudio de París que visitaba alguna vez los grandes almacenes para contemplar a las señoras entusiasmadas ante ciertas sedas que eran sucedáneos de la abstracción.

Impresionante Juan Uslé y su vinilo. Y la creación de Phil Frost, con remembranzas a Jackson Pollock. Halgue Yang juega con los cordeles, el yute, el acero dulce, los anillos de metal, la cerámica vidriada. Excelente el óleo sobre lienzo del gran Luis Feito, al que sigo desde que publiqué en ABC, en 1959, hace casi sesenta años, un artículo titulado Arte abstracto en el que rendía homenaje, contra lo políticamente correcto en la dictadura de Franco, a los vanguardistas de la época con atención a Rivera, a Tapies, a Chillida, a Viola, a Millares, a Saura, a Canogar, a Oteiza...

El gran Antonio López lo desborda todo con su Mujer en la bañera. El asombro de Miquel Navarro. Jesús Rafael Soto juega en Triple volumen virtual con cordeles de nailon y fulgores de metal entre el acrílico y la madera. Sobresaliente para el Skin-ego de Mariana Castillo con rojos danzarines que saltan sobre la mirada. Sorprendente la piedra artificial de Equipo-57. Y también el bronce a la cera perdida de Jean Marie Perdrix. José Yaque nos devuelve al gran abstracto con su Turqueza. También Secundino Hernández. Y Juan Muñoz o Ana Mazzei a las instalaciones presentidas con Et nous, nous marchons inconnus. La escayola de Dominik Lang se complace en la serenidad mientras Karlos Gil ensaya con piedra, cemento, resina, fibra de carbono e hilo de plata.

Destaca el collage fotográfico de Sinta Werner y el óleo de Jay Stuekey, I am so sorry. También el vídeo digital de Mónica Espinosa o el Random triangle mirror de Anish Kapoor. Impresionante la columna de acero inoxidable de Carla Aroch. A subrayar la pintura de Ángela de la Cruz, la escultura Yellow song de Baselitz, el óleo sobre cartón de Ottozitko, la creación de Niko Luomo y el recuerdo abstracto a Paul Cézanne realizado por János Megyk. Mención aparte, al Círculo de tiza sobre el suelo de Ian Wilson. Y tantas y tantas obras, en fin, expuestas unas, en reproducción otras, que robustecen la feria madrileña. Me parece injusto que ARCO no figure en el grupo de cabeza internacional junto a Frieze o Art Basel. Y un recuerdo obligado para Alicia Framis, presente en tres relevantes galerías en la feria: Juana de Aizpuru, Bárbara Gross y Horrach Moya.

Mi inolvidado amigo Juan Eduardo Cirlot, cuyos diccionarios de los ismos y de los símbolos permanecen sorprendentemente consultados, solía decir que el arte, como el hombre, se encuentra entre dos fuerzas contrarias que lo solicitan: una es la belleza de la serenidad absoluta, la otra la fascinación del abismo. El ARCO de este año bordea el abismo pero sin fascinación. Hay vanguardias y provocaciones que se han quedado viejas y a las que conviene sepultar en el pozo de los tiempos perdidos.