Neruda y Lorca, en duelo de mordiscos y azucenas
No parece serio desde el punto de vista del rigor intelectual que se añada a las memorias de un poeta algunos textos suprimidos por el propio autor. Sin embargo, las páginas nuevas que completan a medias Confieso que he vivido contienen una referencia esclarecedora sobre el debate en torno al protagonista de los Sonetos del amor oscuro de García Lorca.
Pablo Neruda afirma en ellas que el autor de La casa de Bernarda Alba, estuvo siempre acompañado, en su tertulia madrileña, "de un muchacho muy recio, varonil y bien plantado. Poco a poco me fui dando cuenta de que era este muchacho el persistente amor de Federico... Se llamaba Rafael Rapín (está claro que se refería a Rafael Rodríguez Rapún). Era de origen obrero. Tímido, de pelo largo, rizado, no muy alto de cuerpo ni muy delgado, tenía esa sencillez popular española y una completa normalidad varonil". Más adelante Pablo vuelve a referirse a él como “protagonista de aquel extraño idilio”. Y escribe Neruda: “Me han dicho que el libro (Sonetos del amor oscuro) quedó intacto entre los papeles del poeta asesinado. Si esto es verdad y por un falso sentido de la normalidad la familia de Lorca ha impedido su publicación, esto será imperdonable".
En septiembre de 1964, y en su casa de Isla Negra, Neruda, tras fustigar sin piedad a Francisco García Lorca, hermano del poeta, me encomendó la búsqueda de los Sonetos del amor oscuro. He contado cien veces la larga peripecia hasta que, gracias a Isabel García Lorca, los encontré escritos en limpio en el reverso de hojas de hoteles. Codo a codo con Miguel García Posada, trabajé para esclarecer cada palabra y los publiqué el 17 de marzo de 1984 en el ABC verdadero. Fue quizá la mayor exclusiva de la historia del periodismo cultural español. El scoop dio la vuelta al mundo.
La tarde de aquel sábado de marzo vino a verme a mi despacho de ABC Juan Ramírez de Lucas, crítico de arquitectura del periódico, hombre inteligente que destacaba por su equilibrio de juicio y su discreta educación. Le tuve siempre en la más alta consideración. Me hizo jurar que jamás hablaría a nadie de lo que iba a decirme. “Yo soy el último amante de Federico García Lorca”, afirmó durante cuatro horas y desmenuzó su relación con el poeta. También su pena de no haberse fugado con él a México en el verano del 36 porque solo tenía 17 años y no podía viajar sin permiso paterno. Si se hubiera decidido al viaje, Federico habría salvado la vida. Cuando le pregunté si los sonetos estaban dedicados a él, me contestó: “No, por supuesto que no. Mi relación con Federico fue una maravilla. Tranquila, apacible, sin problemas. Él me doblaba la edad y yo estuve siempre rendido de admiración. Los poemas los escribía Federico pensando en Rodríguez Rapún, que apenas le hacía caso, que le desdeñaba. Era tan cerdo que le engañaba acostándose con mujeres”.
El testimonio de Neruda zanja definitivamente la atribución de los sonetos a Ramírez de Lucas, lo que se hizo tras su muerte, entre otros por Manuel Francisco Reina, hombre muy inteligente, excelente novelista, autor de Los amores oscuros. Escribí un artículo quebrando en una mínima parte el off the record que le había prometido a Juan -y que siempre he respetado- para contribuir a aclarar el debate.
No puedo olvidarme de Alberto Conejero. Cuando leí La piedra oscura escribí un artículo alentando a los empresarios con el fin de que estrenaran la excepcional comedia del joven autor. El dramaturgo conversó con Tomás Rodríguez Rapún, casi centenario, hermano de Rafael. Consultó con su hija Margarita, escudriñó los archivos familiares, habló con Toña, la amiga de María, hermana de Rafael; con Alfonso, hijo de Paulino García Toraño, compañero de trinchera del amante de Lorca durante la guerra incivil. Conejero está seguro de que el protagonista de los Sonetos del amor oscuro era Rafael Rapún.
Neruda, en duelo de mordiscos y azucenas, según el verso de Federico, ha cerrado un debate interesante aunque inútil, porque lo de menos en los Sonetos del amor oscuro es a quién están dedicados sino su belleza definitiva, que ha situado a Lorca como el primer poeta español del siglo XX por encima de Guillén y Juan Ramón, de Aleixandre y Alberti, de Machado y Salinas, de Hierro y Valente.