Clonar humanos
Ya no tenemos a la oveja Dolly ni podemos escuchar su balido incesante, tan parecido al de los corderos que pastan en el Congreso de los Diputados siguiendo dócilmente al carnero adalid. Pero su fama fue universal y encumbró a Ian Wilmut, Angelika Schnieke y varios científicos más que merodeaban el territorio Nobel. Tras la clonación de Dolly, otros muchos mamíferos, desde cerdos a monos, han sido clonados con desigual éxito. La ingeniería genética avanza que es una barbaridad y dentro de cincuenta años los científicos podrán gestar animales en úteros artificiales y la clonación de humanos se hará inevitable. La Humanidad seguirá mediatizada por el genio creador del hombre pero también por la inteligencia artificial. Transcurrió la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, y nos adentramos ya en la Edad Digital, abiertos todos a la más abrumadora transformación del hombre y su entorno.
Alguna vez, en la apacibilidad de la Real Academia Española, he conversado sobre los límites éticos de la ciencia con José Manuel Sánchez Ron, que es científico de relevancia creciente en la vida española. Él cree mucho más que yo en las fronteras éticas de la ciencia. Durante mi exilio en China, al que me envió el dictador Franco por un artículo en el ABC verdadero titulado La Monarquía de todos (21 de julio de 1966), tuve noticia de que ingenieros genéticos del dictador poeta Mao Tsé-tung habían intentado cruzar a monos con mujeres. No pude contrastar la noticia y callé. Parece ser que el experimento no tuvo éxito. Pero se intentó.
La investigadora alemana Angelika Schnieke ha declarado que la ciencia puede ya clonar humanos pero que las barreras éticas impedirán hacerlo. Mi opinión es la contraria. Si se pueden clonar humanos, se clonarán. Antes o después, pero se clonarán. Los límites éticos no son los mismos en todos los países ni en la conciencia de todos los hombres. “Ninguna ciencia, en cuanto a ciencia, engaña; el engaño está en quien no la sabe”, escribió Miguel de Cervantes en su obra póstuma Trabajos de Persiles y Sigismunda. Y aunque en Europa la resistencia a clonar humanos se hará tal vez insalvable, eso no será así en algunos países asiáticos que navegan los mares de la historia con embarcaciones éticas muy distintas y tienen ya capacidad técnica de ensayar cualquier avance por vidrioso que sea.
Recuerdo muchas veces las conversaciones que mantuve en el hotel Dorchester con Bertrand Russell, ya muy anciano, cuando le contraté artículos para ABC. El gran matemático y filósofo profundo escribió en sus Ensayos escépticos: “Tenemos, de hecho y a la vez, dos tipos de moralidad: la que predicamos pero no practicamos y la que practicamos y raramente defendemos”.
Naturalmente que yo estoy en contra de la experiencia de clonar humanos y ese es el pensamiento generalizado en el Occidente europeo y en el tiempo que nos ha tocado vivir. Pero en el futuro, y en otras culturas, la ingeniería genética no se detendrá ante ninguna traba de carácter ético, conforme al entendimiento occidental. Si se pueden clonar humanos, se clonarán, y eso abrirá profundos debates éticos y jurídicos. Horacio no tenía razón. Su virtutem doctrina parit, la ciencia engendra la virtud, no expresa nada más que un deseo. Porque nadie detendrá el paso de la ciencia, nadie será capaz de descalzar las sandalias al César científico que llega. Como nadie podrá evitar que la inteligencia artificial y la robotización transformen en muy pocos años el devenir de la Humanidad. La larga mano digital golpea ya los portones de la Historia, que se abrirán de par en par a su llamada. No le faltaba razón a Xavier Zubiri cuando escribió: “La metafísica griega, el derecho romano y la religión de Israel son los tres productos más gigantescos del espíritu humano. Solo la ciencia moderna puede equipararse en grandeza a estos tres legados”.