Con la aprobación expresa del Pleno de la Real Academia Española, viajé a Guinea Ecuatorial para establecer contacto directo con la recién creada Academia Ecuatoguineana de la Lengua Española, gran acierto de Darío Villanueva, que encontró en la inteligente exministra de Cultura y reconocida novelista Guillermina Mekuy el apoyo necesario para desbrozar un camino erizado de obstáculos.
Guinea Ecuatorial es la única nación hispanohablante de África. Hace cincuenta años, cuando España le concedió la independencia, era un país muy pobre. El petróleo y el esfuerzo de un pueblo admirable han convertido a la nación guineana en un emporio de prosperidad. Medio siglo atrás, viajé a Guinea. El país se ha transformado de forma espectacular y, además, sigue exhibiendo una naturaleza que se desborda en bellezas, desde el pico de Besile a las costas de Corisco, paisajes de la tierra y del alma, selvas cerradas de vegetación, playas de arena blanca y azules aguas verdosas. Se hablan allí varios dialectos -fang, bubi, bisio, ndowé, seki, balengue…-, pero todo el mundo entiende y se expresa en un excelente español. Emociona escuchar a las gentes del pueblo. España es solo un diez por ciento del idioma de Cervantes y Borges y la incorporación guineana a la Asale, como nuestra 23 Academia, me llena de satisfacción. Desde que fui elegido académico de la Española en 1996, he sido partidario de que se impulsara la creación de una Academia en Guinea. No en vano escribí, hace ya cincuenta años, mi libro La Negritud sobre las culturas africanas.
La Academia Ecuatoguineana es una institución puramente literaria, totalmente despolitizada e integrada por académicos independientes que en poco tiempo alcanzarán el número de 18. Se encuentra instalada en el edificio de la antigua Diputación Provincial y, aunque están previstas algunas mejoras, dispone ya de todo lo necesario. El salón de plenos puede calificarse, sin la menor exageración, de magnífico.
En él mantuvimos una sesión muy interesante en la que habló el secretario de la Academia, Armando Zamora Segorbe, y también (en ausencia del presidente, enfermo en Londres), el vicepresidente, Julián Bibang Oyee. Ambos expresaron con fluidez las realidades y los problemas del idioma español en Guinea. Darío Villanueva tuvo una visión clara al acelerar la creación de la Academia porque Francia aspiraba a integrar a la nación guineana en el área francófona de África.
Contesté a las palabras de los académicos africanos, entre ellos a Fernando Ondo, trasladándoles la satisfacción de la Real Academia Española y expresándoles que el viejo lema, “limpia, fija y da esplendor”, se ha robustecido con el esfuerzo de todas las Academias -las iberoamericanas, la estadounidense y la filipina- por mantener la unidad del idioma como objetivo primordial. Anuncié también que la Ecuatoguineana es la penúltima de las Academias de la Lengua Española porque en poco tiempo cristalizará la número 24: la Academia Nasionala del Ladino o Academia Israelí de la Lengua Judeoespañola, que incorporará al idioma de Quevedo y Pablo Neruda el milagro del español sefardí, conservado durante más de cinco siglos por la gran familia dispersa de los judíos expulsados de España.
Unas jornadas, en fin, plenas de esperanza que me han permitido escribir esta crónica como Primera palabra de El Cultural que el lector tiene entre las manos. Alguna vez expliqué que en Occidente nos conviene recordar la vieja lección de que las culturas no son excluyentes sino complementarias. Sin entrar en comparaciones estériles, existen para el gozo estético de todos, aparte las más altas expresiones literarias, la Venus griega, la talla románica, la apsara khmer, el buda hindú, la piedra maya y la máscara bantú. El hombre puede amar, en fin, la delicadeza del violín sin renunciar por ello a la voz rítmica del tam-tam.