Pere Gimferrer, el poeta, se asoma al abismo de los jardines en vilo mientras desgarra los labios de la noche. Anhela morirse contemplando los ojos de la amada inmóvil. Escucha la voz salmodiadora del marfil. Le zarandea el tiempo pálido y tallado. Se entristece ante el pájaro perdido en crepúsculos de celajes temblorosos, el pájaro que agoniza entre las manos del amor. Graznan los corifeos en el carro de Tespis, el de la comedia antigua y las clámides de seda.

Pere Gimferrer, el poeta que ganará para España en lengua catalana el Premio Nobel de Literatura, contempla cómo la luz cae desgastada, cómo los arrecifes del tiempo se desploman en la espuma. Se abre ante él el hervor del horizonte, pero el ocelote de la noche roja nunca devorará, como Arthur Rimbaud, el vestido blanco. Par delicatesse j'ai perdu ma vie. Guadamecí de nubes peregrinas, el poeta español se estremece ante el corazón atormentado del francés y le dice a la amada lejana y sola que “cuando más somos uno, seremos siempre dos”. La fundida luz del aire seco se enciende en todo su esplendor. Es el sueño de las noches desleídas en la taza de creta del crepúsculo, donde penden los brazos de los árboles, donde se derraman las nieves del amor.

Pere Gimferrer, el poeta, en Las llamas, su libro entristecido y turbio, ve de nuevo los ojos de la mujer dorada y se siente morir en aquel oro, apresado en la urdimbre de plata de la piel. ¿Hay acaso otra llama de amor viva que hiera de su alma en el más profundo centro, se pregunta con Juan de la Cruz?

El santo le toma de la mano y le conduce en el jardín de las espadas muertas hasta los resplandores que se enrocan en la profunda caverna del sentido. Escucha entonces la fuente que mana y corre, el cóndor en la nieve que es amor, las gualdrapas ciegas de la noche triste. “¡Oh cauterio suave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe y toda deuda paga!, matando muerte, en vida la has trocado”.

Ante el fuego de la existencia y la oscuridad restallada, Pere Gimferrer, el poeta, descubre en los latidos del corazón y las venas insólitas el esplendor del incendio. Sostiene entre sus manos la cabeza de la amada, de la amada en el amado transformada. Ángel enclaustrado, se abraza a la joya tan frágil. Las estrellas ilícitas oscurecen las noches del sueño y el poeta no sabe si quedará algo de lo que fue quemazón y se hizo brasa.

“Mariposa en cenizas desatada”, Pere Gimferrer se retrata en un epílogo de Aurora Egido, tan excepcional, por cierto, que he modificado mi criterio sobre la calidad literaria de su autora. Afirma la investigadora sabia que todo en el poema de Gimferrer es “fuego tallado, buril y cristal de roca”, como en los Diálogos del conocimiento de mi inolvidado Vicente Aleixandre. Igual que el autor de Espadas como labios, Pere Gimferrer podría decir reclinado en el borde de la piel amada: “Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, rostro amado donde contemplo el mundo, donde graciosos pájaros se copian fugitivos volando a la región donde nada se olvida”. Caligrafía del fuego, Aurora Egido cabalga los versos de Las llamas junto a Goethe y Rilke, junto a Keats y Rimbaud.

Pere Gimferrer, en fin, el poeta, es ya la noche que teme los acechos del alba, el albañal sin fin del amor, el guiñapo del humano desconsuelo, los desolados instantes de sábanas rasgadas, el grito de los pájaros sofocados, la melodía inmóvil de las llamas.

Zigzag

Libro coral de imprescindible lectura: El linchamiento digital. Basilio Baltasar y sus prestigiosos colaboradores se rinden ante todo lo positivo de la nueva tecnología. Pero subrayan los riesgos, los abusos, los linchamientos del sonambulismo digital. Se hace imprescindible ya, que el derecho internacional regule las redes sociales y las encuadre dentro del recto e incuestionable uso de la libertad de expresión.