Por fin, un libro capital, tal vez el más importante que sobre la historia de España se ha escrito en los últimos cien años: España, un relato de grandeza y odio.
Varela Ortega se enfrenta con la realidad histórica de Américo Castro y esclarece sus imaginaciones sobre judíos, moros y cristianos.
Varela Ortega desbarata la España de Menéndez Pelayo, evangelizadora de medio orbe, luz de Trento, espada de Roma, martillo de herejes y cuna de San Ignacio.
Varela Ortega deja en coma la España viva de Pedro Sáinz Rodríguez y la deposita piadosamente en el sepulcro de la Historia.
Varela Ortega zarandea la España del Cid de Menéndez Pidal y reproduce en una nota la demoledora afirmación de Emilio García Gómez, respaldado por Lévi-Provençal, tras el descubrimiento de las memorias en primera persona del último rey zirí de Granada, Abd Allah, contemporáneo de Rodrigo Díaz de Vivar y de Alfonso VI.
Varela Ortega sortea a Julián Marías y aventa los errores de la España inteligible y la razón histórica de las Españas, esgrimida por el filósofo.
Varela Ortega discurre sobre los aciertos y las endebleces de Salvador de Madariaga en su cuadro histórico del Imperio Español.
Varela Ortega vertebra la España invertebrada y resuelve el enigma histórico de España planteado por Claudio Sánchez-Albornoz en un libro esencial al que dediqué una extensa crítica en el ABC verdadero el 5-XI-1958, hace más de sesenta años, y unos meses después, el 20-I-1960, una tercera del periódico en la que, con la audacia de mi primera juventud, me introduje en el ácido debate que, entre las cañas y las lanzas, mantenían Américo Castro y Sánchez-Albornoz. Muchos años después vinieron a almorzar un día a casa Sáinz Rodríguez, Marías, Sánchez-Albornoz y Madariaga. Saqué la conclusión, tras una conversación de varias horas, de que la razón histórica estaba al lado del historiador abulense, sin disminuir la calidad literaria por encima de la histórica de Américo Castro. Por fortuna todos estuvieron de acuerdo sobre la significación del Periodismo contemporáneo y su decisiva aportación al estudio de la Historia. Mención aparte para el idioma de San Juan de la Cruz y Pablo Neruda. Cervantes en el Persiles deja constancia de que en la Francia del XVI “no había francés culto que no aprendiera castellano”. Para el cardenal Richelieu, el español era la lengua diplomática y en ella conspiraba con catalanes y portugueses porque “los idiomas no estamos en guerra”. Luis XIV, el Rey Sol, dominaba el español. Y en la lengua de Quevedo y Borges, habló Antonio Pérez, exiliado, con Isabel I de Inglaterra. Entre millares de hechos del mayor interés todo esto se recoge en España, un relato de grandeza y odio.
José Varela Ortega es el intelectual que ha explicado desde la objetividad, respaldado por un formidable arsenal de certeras citas, la España entera, con su leyenda negra, pero también con su leyenda dorada, con la grandeza de su dimensión imperial y la miseria de sus periodos cainitas con la indecible estupidez de algunos historiadores y la avidez por la ceniza de ciertos intelectuales, con las heroicas generosidades del pueblo y sus vesanias tribales. Toda España, desde el arte a la lengua, desde la literatura al deporte, desde la ciencia al protocolo, desde el español indolente al esperanzado, desde el romántico al decadente, desde el homo hispanus profundo al político caracol que se contempla bajo la boina de Hemingway, se condensa en el libro de Varela Ortega. Que es, por cierto, con sus mil páginas, corto, demasiado corto, a pesar del esfuerzo del historiador para que no quede nada esencial fuera de su España entera.
Obras históricas de la calidad y la profundidad de la España de Varela Ortega solo se escriben una o dos cada siglo. Y sin esconder los defectos que los críticos expertos le encontrarán, estamos ante una hazaña intelectual de primer orden que durante una semana ha robustecido en mí el placer de la lectura y la reflexión insólita.