Delibes, junto a Cervantes y Galdós
El príncipe destronado me parece literariamente superior a El viejo y el mar de Hemingway, a Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Miguel Delibes se merecía el Premio Nobel. El académico sueco Artur Lundqvist vino a verle. Durante una conversación que mantuve con él en el ABC verdadero elogió a Delibes de forma concluyente y si el escritor español no hubiera sido tan esquivo a los galardones, tan austero en su forma de vida, tan escondido en su madriguera vallisoletana, habría ganado el Nobel. Siempre con la pluma al hombro, sus novelas forman parte indisoluble de toda una época. Recuerdo que, con Delibes, yo me embriagada todos los días de literatura y rosas. Los santos inocentes, Las guerras de nuestros antepasados, La hoja roja, Cinco horas con Mario, Las ratas, avivan el fuego de la gran literatura de nuestra historia. He dicho en más de una ocasión que Miguel Delibes forma, junto a Cervantes y Pérez Galdós, el trío de los mejores novelistas españoles. Y se yergue por encima de Pío Baroja, de Valle-Inclán, de Clarín, de Cela…
Y El Hereje… Hace más de veinte años afirmé en una conferencia que Miguel Delibes había escrito en esta obra “páginas que se encuentran entre las más desgarradas, más humanas y bellas, más estremecedoras, de la novela española del siglo XX. Por el terrible pecado de compartir algunas tesis de Lutero, Cipriano Salcedo, un personaje insólito, follador atolondrado de Minervina, la de los pechos enhiestos, ‘gráciles corzas de dormir morenos’; de Teodomira, la esquiladora enloquecida de cuerpo duro como el mármol; comerciante próspero, amigo de sus amigos, independiente, valeroso y contradictorio, sería juzgado en 1559 por la Inquisición y torturado bárbaramente hasta terminar en un Auto de Fe en la Plaza Mayor de Valladolid. Entre los alaridos de placer de la chusma, el verdugo encendió la hoguera que le abrasaría el cuerpo y el alma…”
Al cumplirse este año el centenario del nacimiento de Delibes, y a los diez de su muerte, me satisface abrir El Cultural de hoy con una primera palabra para iniciar el homenaje que los escritores españoles le rendirán el próximo 17 de octubre porque la sombra del ciprés es alargada. Miguel Delibes, que vivió y murió enamorado de su esposa Ángeles –Señora de rojo sobre fondo gris– cultivó, sobre todo, dos géneros literarios: la novela y el periodismo. Para él, la literatura era la expresión de la belleza por medio de la palabra y consideraba con acierto que el periodismo es un género literario, el género literario predominante en el siglo XX como la novela lo fue en el XIX, el ensayo en el XVIII, el teatro en el XVII, la poesía en el XVI… Académico de la Real Academia Española, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio Cervantes, Delibes, gran director de periódico, sabía que el periodismo, además de una ciencia de la información, es un género literario. Dejó escritos muchos de los mejores artículos que se han publicado en la historia del periodismo español. Por dignidad abandonó el ABC verdadero, que lo era todo en su época, porque no pudo soportar una faena que le hizo Torcuato Luca de Tena. Regresó al periódico en los años en que yo lo dirigía tras una tarde de conversación, no sé si a tumba abierta o al aire libre, en el despacho de su casa vallisoletana.
A lo largo de mi dilatada vida profesional no he conocido a ningún intelectual tan profundo, tan sinceramente progresista como él. Estuvo siempre a favor de la mujer y en contra del hombre machista; a favor del negro y en contra del blanco; a favor del débil y en contra del fuerte; a favor del sencillo y en contra del prepotente; a favor del pobre y en contra del rico; a favor de la nación débil y en contra de la poderosa. Incluso a favor del feto y en contra de la mujer que decide abortar. Pocos premios he recibido yo que me hayan satisfecho tanto como el Premio Nacional Miguel Delibes de Periodismo.
Y termino recordando la amistad que mantuvo con el inolvidado Manuel Halcón, su compañero en la Real Academia Española. Telefoneé a Miguel para darle la noticia atroz de que su amigo se había pegado un tiro con la pistola dentro de la boca. “Manolo –musitó Delibes– pensaba que la muerte es el silencio de Dios”.