José María García-Luján está considerado como uno de los más grandes abogados españoles. Su prestigio en el campo profesional del Derecho es inmenso. Hombre liberal, moderado, razonador, cautiva a cuantos le tratan. Siente por el teatro una vocación indeclinable. Y ha escrito, dirigido, impulsado el teatro amateur en España. Se trata de una vocación a la que ha dedicado una buena parte de su tiempo libre. Es un actor que podría abrirse paso en el borrascoso mundo de la interpretación profesional. Pero ha decidido quedarse en el teatro amateur, que cuenta en España con más de 7.000 compañías y que moviliza a muchos millares de espectadores.

La temperatura cultural de una ciudad se mide con el termómetro del teatro. Nueva York figura en cabeza, seguida de Londres. París y Madrid se disputan el tercer puesto. Buenos Aires ocupa de forma brillante el quinto, si bien Berlín avanza con pasos de gigante y Shanghái está al acecho. Durante el año 2019, han acudido a los teatros madrileños un millón de personas más que a los estadios de los cuatro equipos de fútbol de Primera División. La semana anterior al confinamiento por la Covid-19, se representaron en la capital de España 182 comedias.

Federico García Lorca, que con El público se anticipó a Beckett, Artaud, Ionesco o Brecht, desdeñó a los autores que tienen “los ojos puestos en las pequeñas fauces de las taquillas”. El mal del teatro para el autor de Yerma eran algunas empresas “absolutamente comerciales”, ajenas a la calidad literaria. José Ortega y Gasset publicó un ensayo esclarecedor sobre el teatro, en el que afirma que el éxito se deriva de la conjunción del autor, los actores y el director. Estamos ante un género literario de exigencia plural. Lorca compartía esa idea.

García-Luján analiza en su último libro El experto amateur (editorial Bolchiro) el método Stanislavski y se refiere también a William Layton, a Michael Caine y al español Juan Antonio Hormigón. Olvida a Antonin Artaud, pero se refiere con sagacidad a Peter Brook y también a Meyerhold y a Grotowski.

García-Luján cita a Juan Mayorga para afirmar que “los actores fingen ser quienes no son”, mientras el público finge que se lo cree. Actrices y actores, escribe García-Luján, “transmiten con gestos, silencios, náuseas, ademanes, expresiones, tono de voz, posición corporal, vestimenta, iluminación, y muchos otros etcéteras, aquello que el texto pretende”. Y tal y como lo vea el director, debe llevarse a cabo.

El autor de El experto amateur orienta a los que se decidan a trabajar en el teatro a través de la constancia, la paciencia y la sana obsesión por el hecho teatral. Se refiere al actante, al rol, a los registros, a la importancia de las didascalias, a las técnicas básicas corporales, a las posturas, a la voz, a la vocalización, al pase técnico, al ensayo general, a la responsabilidad de los personajes, fustigando a los actores que pretenden acaparar la escena… Y, por supuesto, al papel sustancial del director, arropado por la escenografía, por el vestuario, el atrezo, incluso los zapatos, porque el calzado “es el mayor chivato del amateurismo en el teatro”. García-Luján extiende sus consejos al ritmo, al tempo, a la atmósfera, a la parataxis, a la proxémica, a la apogía y al agón. Y se detiene con ternura en los “chupitos”, obras especialmente breves en las que él es un maestro.

Y vuelvo a García Lorca: “Un pueblo –escribió el autor de La casa de Bernarda Alba– que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto está moribundo; como un teatro que no recoge el latido social, el latido histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu con risa o con lágrimas no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama matar el tiempo”.