Profesor de Filología, catedrático de Literatura, rector de la Universidad de Santiago de Compostela, crítico literario de máxima exigencia científica, Darío Villanueva se ha consolidado como una de las cumbres de la vida intelectual española. Su último libro, Morderse la lengua, es un ensayo penetrante sobre los problemas del lenguaje en la sociedad digitalizada que todo lo transforma. Desde la objetividad y la independencia, respaldado por una ingente bibliografía seleccionada por temas, Darío Villanueva desborda conocimiento cultural sin fronteras. En el año 2004, tras leer su libro Teorías del realismo literario, escribí: “Es un sabio del idioma y de la investigación literaria. Se mueve en la cima intelectual española y no se comprende bien por qué no está en la Academia. Es uno de los grandes. Hace Ciencia de la Literatura”. Suscitaba Villanueva los celos de algún académico, pero el buen sentido prevaleció. El gran escritor se incorporó a las tareas de la Casa, deslumbró a casi todos y se convirtió en un excelente Director de la Real Academia Española, a la que, con respeto a sus viejas tradiciones, instaló en la vanguardia del mundo cultural.
Imposible condensar en un artículo el nuevo libro de Darío Villanueva, que está, por cierto, dotado de una escritura clara y eficaz, de sorprendente belleza literaria para un ensayo reflexionado en los territorios intelectuales de mayor exigencia. Se refiere el autor a la posverdad, conforme a los criterios de Christian Salmon; al adanismo, enfermedad multiplicada para los contertulios de televisión; a la deconstrucción devastadora; a lo políticamente correcto, que condiciona y a veces paraliza la libertad; a la palabra, “aroma templado en el seno de Dios” (Musset); y a la verdad, que nos hace libres y que “siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua” (Cervantes).
Me ha interesado su alusión al Popol-Vuh maya, libro que coincide de forma asombrosa con pasajes de la Biblia cristiana. Y que Darío Villanueva relaciona también con el Enûma elish babilónico y con el moderno Tractatus de Wittgenstein. No estoy de acuerdo con su interpretación de McLuhan, que acertó en los años treinta del siglo pasado al afirmar que los medios de comunicación habían convertido al mundo en la aldea global, pero que no previó la deriva hacia el patio de vecindad que la digitalización y la comunicación instantánea han implantado incluso en las sociedades más avanzadas.
Desmenuza Villanueva el Entremés del retablo de las maravillas en el que Cervantes, influido tal vez por Maquiavelo, relativiza la verdad. “Si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda –escribe Cervantes en la segunda parte del Quijote– sin los vestigios de la lisonja, otros siglos correrían”. Se opone, en fin, el autor de Morderse la lengua a la cultura de la cancelación que exige el desdén, como ha explicado Noam Chomsky, para aquellos “que se han expresado libremente en contra de lo que se considera políticamente correcto”. Filólogo de profesión, lexicógrafo indiscutido, Darío Villanueva no ha caído en la trampa literaria que suelen tender sus compañeros porque de la fractura del idioma, bien instrumentada, se deriva muchas veces la belleza literaria. “Un idioma que estuviese obligado a ajustarse a la gramática –escribió Julio Camba– sería algo así como una naturaleza que estuviese obligada a ajustarse a la Historia Natural”. Valle Inclán, Pablo Neruda y Octavio Paz pensaban lo mismo.
Amicus Plato, sed magis amica veritas, Darío Villanueva no se muerde la lengua para afirmar sus verdades que desnudan este mundo nuevo de los rumores, las insidias y los bulos (fake news). Soberbio libro, en fin, el escrito por un intelectual en la cumbre, de vuelta ya de todo y consciente de que en los odres viejos no caben las palabras nuevas.