Al concluir las cuatrocientas páginas, los 400 golpes del último libro de Juan Cruz, queda en el lector el convencimiento de que Jesús Polanco fue uno de los hombres realmente importantes del último medio siglo. Hay algo, sin embargo, que es necesario dejar claro. El éxito, inmenso éxito de El País, no corresponde a Polanco sino al periodista que lo ideó, lo organizó, se dejó la piel en él durante madrugadas interminables y se enfrentó con la roca de la actualidad, esa que hay que levantar cada día, como Sísifo, para repetir la operación a la mañana siguiente. Me refiero a Juan Luis Cebrián. Entre los más grandes profesionales del siglo XX, figura el que fue primer director de El País junto a Miguel Moya, Ángel Herrera Oria, Torcuato Luca de Tena, Pedro J. Ramírez, Mariano de Cavia, Francos Rodríguez, Manuel Aznar… La experiencia de mi dilatada vida profesional me ha enseñado que muchos de mis compañeros hacen una entrevista a un personaje célebre y lo consideran su amigo para el resto de su vida, sobre todo a partir de la muerte del entrevistado. No resulta difícil rastrear las huellas fugaces de semejante pretensión. El caso de Juan Cruz es completamente distinto. He tenido ocasión de comprobar que su relación con algunos de los intelectuales más relevantes del último medio siglo ha sido constante y profunda. Todos me hablaron de él con respeto y admiración.
Juan Cruz dibujó, envuelto en las más varias veladuras, al Polanco humano, con sus alegrías y sus tristezas, con su bondad inquebrantable, con su lealtad para los amigos, con su acritud y su dureza. Fue el empresario de El País, el periódico que, tras cuarenta años de dictadura atroz, representó los intereses de la izquierda española. José Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español, tuvo varios hijos, entre ellos José Ortega Spottorno, mi inolvidado amigo, creyente además, que fundó la empresa editora del diario. Siento gratitud por su amistad y por su generosidad al editar dos de mis libros en Revista de Occidente: El grito de Oriente y La Negritud.
Medio siglo de historia en carne viva se sucede, sin que el interés decaiga un instante, en el libro de Juan Cruz, por el que desfilan personajes vidriosos y laterales como Darío Valcárcel y Javier Gómez de Liaño, que quedan certeramente radiografiados entre los centenares de políticos, simpatizantes y colaboradores de El País, y también los cantamañanas, pordioseros, veletas, fulleros, gentuzas, bribones, sablistas, ganzúas, chantajistas, la chusma que asedia siempre a los periódicos importantes, al margen de la élite intelectual.
En casa del empresario de El País, en alguna ocasión en el domicilio de Gregorio Marañón, nos reuníamos periódicamente Jesús Polanco, Juan Luis Cebrián, Guillermo Luca de Tena y yo, director en aquella época del ABC verdadero. Cargué sobre las espaldas de El País el sambenito de “periódico gubernamental” y no bajé nunca la guardia hostil contra el competidor, si bien había consideraciones que estaban por encima de la rivalidad periodística.
Entre los grandes aciertos de Juan Cruz, en este libro de lectura obligada, quiero resaltar la admiración que Jesús Polanco sentía por el Rey Juan Carlos. Y su lealtad. Sin ella, la Monarquía parlamentaria no hubiera alcanzado su propósito de ser la Monarquía de todos, como defendió siempre desde el exilio Juan III. Todavía recuerdo el alcance de los dos discursos que ambos personajes –el Rey y Polanco– pronunciaron en el XXV aniversario del periódico.
Un libro, en fin, Ciudadano Polanco (Debate), en el que arde la pluma del mejor Juan Cruz, que se hace ternura al hablar de Isabel, la hija del empresario, prematuramente desaparecida.