España apenas significa el 8 % del número de hispanohablantes que roza los 580 millones de personas. Madrid conserva la capitalidad mundial del idioma gracias a la Real Academia Española y a su tenaz labor, tejida desde hace más de 300 años sobre la ciencia del lenguaje. Cuando se independizaron los países americanos disponían ellos de las puntas de lanza de la lengua con nombres como el chileno-venezolano Andrés Bello o el colombiano Rufino José Cuervo. El trabajo científico de los académicos españoles, al margen de cualquier veleidad política, ha mantenido el prestigio de la RAE. El Diccionario normativo lo firman ya las 24 naciones que forman la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Si México o Buenos Aires o Bogotá reclamaran la capitalidad del idioma español habría que reconocer razonable lógica a esa demanda. Madrid y la Real Academia Española deben esforzarse para mantener su posición actual en el tesoro más importante de la cultura hispánica: el idioma español. Resulta necesario redoblar el brío digitalizador, combatir la diglosia en Estados Unidos, segunda nación hispanohablante del mundo, y crear en Madrid la Casa del Idioma para potenciar en ella físicamente a todas las Academias de la lengua española.
Madrid conserva la capitalidad mundial del idioma gracias a la Real Academia Española y a su tenaz labor, tejida desde hace más de 300 años sobre la ciencia del lenguaje
En Madrid hay un Palacio de Congresos, un Palacio del Deporte, un Palacio de la Música, un Palacio de la Prensa… La capital de España no ha sido capaz de dotar a la ciudad de un Palacio del Idioma, al que yo llamaría Casa del Idioma. Ángeles González-Sinde, mujer de clara inteligencia y César Antonio Molina, excelente poeta, entendieron muy bien el desafío cuando estuvieron en el Gobierno al frente de Cultura, pero no pudieron afrontarlo.
En la Casa del Idioma dispondría cada Academia, de forma individualizada, de un despacho de dirección, una secretaría y una salita de espera, además de una gran biblioteca, especializada en literatura hispanoamericana y un salón de actos para que pudieran organizar las naciones hermanas, conferencias, seminarios, presentación de libros, amén de otras actividades culturales como exposiciones y cursos universitarios de posgrado.
Por su proximidad a la sede de la RAE, el edificio lógico para instalar en él la Casa del Idioma, es el Casón del Buen Retiro, que pertenece ahora al Museo del Prado, pero que podría trasladar todas sus actividades al grandioso museo del Ejército que se encuentra en la proximidad. Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia Española, es el hombre que, con su reconocida capacidad de negociación, podría gestionar la Casa del Idioma, en la que se instalaría además el museo de la lengua española.
La Casa del Idioma, el Palacio del Idioma, robustecería a Madrid como capital mundial de la lengua española, que no es solo el máximo tesoro de la cultura hispánica, sino además un excelente negocio. Como demostró Ángel Martín Municio y ha confirmado José Luis García Delgado, el idioma y su entorno significan el 15 % del PIB español. La Casa del Idioma consolidaría a Madrid como capital mundial del español y significaría el mejor homenaje a la lengua en la que escribieron Cervantes y Jorge Luis Borges; Quevedo y Gabriel García Márquez; Lope de Vega y Ernesto Sábato; Santa Teresa de Jesús y sor Juana Inés; Pérez Galdós y Mario Vargas Llosa; San Juan de la Cruz y Pablo Neruda; Ortega y Gasset y Octavio Paz; Federico García Lorca y Miguel Ángel Asturias; Juan Ramón Jiménez y Juana de Ibarbourou; Vicente Aleixandre y Gabriela Mistral…