Carlos Mora se encuentra entre los españoles que mejor conocen el mundo de la inmigración. Lo ha estudiado a fondo y suma conocimientos del más vario interés. El autor es un hombre serio que camina bajo el peso de un copioso equipaje cultural. La música contemporánea y la novela de vanguardia le acechan de forma permanente.
Carlos Mora ha publicado varios libros de éxito. Descubrí su primera novela, Abadía y Mombiela, y escribí que el autor hacía sangrar las heridas todavía sin cicatrizar de la guerra incivil española. Demostraba ya sus condiciones de narrador, su imaginación contenida y una notable capacidad de fabulación.
Sus novelas posteriores, sobre todo Un gran hombre, robustecieron el ritmo literario, a veces trepidante, que caracteriza al autor, siempre cautivador desde la sencillez expresiva. Carlos Mora, en fin, ocupa ya un lugar destacado en nuestra República de las Letras, la expresión que consagró Molière en Le mariage forcé.
En No se rinda (Ediciones de la Torre), Carlos Mora acumula sus experiencias sociales y políticas, radiografía la inmigración y sus problemas y se enfrenta, como Cela en Madera de boj, a la creación de historias varias, imaginadas algunas, reales otras. Diversas parejas permanecen en el relato, de forma especial Juan Manuel y Nati.
El novelista intercala, en línea con las novelas vanguardistas, párrafos en cursiva. Pero no se trata de citas de autores sobresalientes sino observaciones personales y consejos para que el lector no se pierda en el fragmentado argumento.
Junto a situaciones tiernas, líricas y emotivas, Carlos Mora se enfrenta con salvajes torturas en las que se cortan, en frío y con bisturí, dedos de las manos de las víctimas o se mutilan los órganos sexuales de hombres perseguidos…
La actividad de una Fundación absorbente permite al autor conducir al lector a través del bosque del narcotráfico, de la violencia de género, de la corrupción política, de la demencia de los pirómanos, de la delincuencia tanto política como común… El interés del relato, de los relatos, no decae un instante y absorbe al lector.
Si la pluma es la lengua del alma, como le dijo Don Quijote al caballero del Verde Gabán, Carlos Mora se cuela sin pudor en el ánimo del lector y repasa las tropelías y los chantajes que envuelven la vida española.
(Diego de Miranda, vestido de verde, se encuentra con Don Quijote en el capítulo XVI de la segunda parte del libro inmortal. Sancho besa los pies de “aquel santo a la jineta” que caza con “perdigón manso o hurón atrevido” y que vive en una casa rodeada del silencio propio de un monasterio de cartujos).
Carlos Mora coloca un espejo delante de la sociedad actual, la refleja sin ira, y deja al lector extraer sus propias conclusiones. Ha sabido evadirse del consejo. Huye del sermoneo.
La imaginación, en fin, gobierna al género humano –más ahora con la explosión del metaverso– y en la obra de Carlos Mora cabalga como un corcel desbocado, volcán de deseos, luz de madrugada, tormenta de insensateces y albergue de los despropósitos que zarandean a las generaciones nuevas.