En las elecciones generales del 28 de abril de 2019, Pablo Iglesias cosechó 5.189.333 votos y 69 diputados. Se convirtió en la tercera fuerza política de España y descargó sobre el tapete social de nuestra nación su ávida sagacidad política y su fuerza de cara al futuro. Unos meses después era vicepresidente del Gobierno y se comía delicadamente a Pedro Sánchez con patatas a las finas hierbas. Se compró a plazos un chalecito de clase media, a 50 kilómetros de Madrid. Algunos sectores políticos y mediáticos lo manipularon todo y lo calificaron de casoplón y suntuosa mansión. Pablo Iglesias soportó durante meses unos escraches atroces e intolerables que afectaron a sus hijos pequeños.
He terminado la lectura del último libro de Iglesias. Estoy muy lejos de su pensamiento político, pero la objetividad exige reconocer el interés con que se lee Medios y cloacas, que es una escogida recopilación de artículos y entrevistas. Como en su obra anterior, Verdades a la cara, Pablo Iglesias demuestra ser un intelectual agresivamente sincero, riguroso e independiente.
Nadie que pretenda mantener los pies sobre la realidad española puede desconocer el pensamiento perturbador de Pablo Iglesias, la profundidad de sus juicios, su anticipación del futuro. Miguel Mora, director de CTXT, le considera como “la figura que se ha atrevido a decirles las verdades a la cara a esos supuestos periodistas de izquierdas” y subraya la idea del exvicepresidente de que las sociedades posdemocráticas “necesitan más que nunca un periodismo de servicio público, sin bulos ni cloacas, honesto y ético”.
Se asombra de que la televisión no cuente los vínculos de Putin con Vox
Y denuncia a “la jauría humana” que ha tratado de liquidar a este profesor universitario. Manu Levin denuncia también al leviatán mediático que se ha dedicado a escabechar al exvicepresidente del Gobierno.
Elogia Pablo Iglesias en su nuevo libro a Kapuscinski, que fue Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades: el buen periodismo debe dar visibilidad a las víctimas de los abusos. Habla de Boric, de Berlinguer, de Carrillo, de Núñez Feijóo, de Allende y el fusil AK-47 que le regaló Fidel Castro. Dedica elogios cautos a Lucía Méndez, a Esther Palomera y a Carmelo Romero, autor de Caciques y caciquismo en España. Cita al catedrático Varela Ortega y se extiende en analizar el pensamiento de Noam Chomsky.
Razona Iglesias su republicanismo, pero afirma: “He hablado con Felipe VI muchas veces y siempre encontré en él a un hombre amable y culto, con mucha formación política…” Se refiere de pasada a Pedro Sánchez, defiende al ministro Garzón y piensa que los mauristas crearon el protofascismo español. Fustiga a la ultraderecha. Augura que el verdadero periodismo es hoy internacional. Se asombra de que la televisión no cuente los vínculos de Putin con Vox. Al referirse a muchos medios de comunicación recuerda a Esopo y su pensamiento en El pastor mentiroso.
Considera legítimo ser liberal, conservador o de derechas. Pero le repugna la mentira. Dice que es necesario combatir desde la ideología al extremismo. Se asombra de la época en la que los jefes de CC.OO. y de IU tenían tarjeta black. Califica a Andy Robinson de gran periodista y se extiende en el análisis de la entrevista que le hizo a la profesora estadounidense Mary Sarotte.
“El problema –escribe Pablo Iglesias– no es que los periódicos y las televisiones tengan ideología y traten de influir. El problema es que mienten y manipulan”. Y que en ocasiones “el hedor de la manipulación y la mentira no se ha podido tapar”. Hombre de su tiempo, el profesor Iglesias considera que “los golpes de Estado del Siglo XXI son técnicamente mediáticos”. Asegura, en fin, que su experiencia política en el Gobierno ha sido relevante, pero “tiene demasiados costes humanos”.
Piensa que él y sus compañeros han conseguido “cosas muy importantes que no se habían conseguido en este país”, entre ellas disponer de la primera fuerza política auténticamente de izquierdas. Se abre, en fin, a la esperanza a pesar de que no ha aprendido todavía la gran lección de la vida pública: “que la política es una larga paciencia, un largo, largo saber esperar”.