La Universidad es la continuidad de la ciencia, el alma de la cultura profunda. Sus raíces son duras, sus frutos extraordinarios. La dimensión de un pueblo se mide por la calidad universitaria. El máximo orgullo de la España colonizadora consiste en la realidad incontestable de que, en la primera mitad del siglo XVI, funcionaban universidades en Lima, en Santo Domingo, en México… Tal vez se cometieron errores, pero Cervantes tenía razón: “Ninguna ciencia, en cuanto a ciencia engaña; el engaño está en quien no la sabe”, escribió en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, cuando el nombre cimero de la entera Historia de España tenía ya el pie en el estribo y, con la muerte acechando, sabía que el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan.
Sobre el espíritu adanista que caracteriza la política del sanchismo, España se enfrenta a una Ley de Universidades que politiza hasta la náusea la enseñanza superior, la investigación y la ciencia. Los rectores de Universidad no serán en el futuro catedráticos cargados de estudios y experiencia sino políticos paniaguados que transformarán la Universidad en el terreno árido del partidismo sectario.
Concluirá, además, en gran parte la universalidad de la Universidad y la movilidad de los catedráticos. Cada Comunidad Autónoma engendrará su reglamentación universitaria, los profesores y catedráticos, salvo excepciones, se reducirán a su región y la movilidad y el progreso de los docentes quedarán empequeñecidos. Ante la nueva experiencia devastadora de la ley que llega, los más altos talentos de los estudiantes universitarios no querrán ser catedráticos y se fragilizará la solidez de la Institución.
Regresamos a los años más oscuros porque una turba de políticos voraces se suma ya a la tentación totalitaria de politizar la Universidad para controlar la enseñanza superior
La mayoría de los rectores, de los catedráticos, de los profesores, de los decanos están conscientes de todo lo que he expuesto en este artículo y se debaten con ira, impotentes ante la degradación científica que supone la nueva Ley de Universidades.
Las letras sin la virtud de la ciencia son perlas en el muladar, al decir del clásico español: “Solo pude aprender que no sé nada y el alma en la contienda está rendida”, escribió Goethe en el Fausto como un presentimiento de lo que el sanchismo prepara para extirpar la excelencia de las aulas universitarias. En los claustros sombríos de la Universidad sanchista, la cultura quedará herida, escarnecida la ciencia y devastada la cultura, me aseguraba un rector especialmente lúcido.
Para coronar el despropósito de la nueva Ley no se abordan en ella las deficiencias de la financiación actual. Caminamos hacia una Universidad politizada, degradada, gestionada por paniaguados ignaros de los partidos políticos. En 1827 se estampó en el claustro de la Universidad de Cervera un manifiesto en el que se podía leer: “Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir”.
Regresamos, en fin, a los años más oscuros porque una turba de políticos voraces se suma ya a la tentación totalitaria de politizar la Universidad para controlar la enseñanza superior y zarandearla al compás de la música partidista. Como los trenes comprados que no caben en los túneles, España va a sufrir la inmensa chapuza de una ley partidista. Desde la revista de referencia de la vida intelectual española escribo estas líneas para denunciar la tropelía que los jóvenes bárbaros de hoy perpetran.