Eran los años estelares de Felipe González. Todo le salía bien. Estaba considerado como el líder político de los socialistas europeos. Se había consolidado como presidente del Gobierno y le respaldaba la voluntad general libremente expresada del pueblo español. Tenía además la plena confianza del Rey Juan Carlos I, al que se señalaba en aquella época como el Jefe de Estado más admirado del mundo.
El ABC verdadero puso en marcha una encuesta para que la opinión pública señalara al mejor ministro de Felipe González. Ganó Juan Alberto Belloch, seguido por Alfredo Pérez Rubalcaba.
Serio, responsable, culto, trabajador, Juan Alberto Belloch accedió al Gobierno gracias a la sagacidad de Felipe González, que se fijó en él. Fue un extraordinario ministro de Justicia. Acumuló además la cartera de Interior, lo que robusteció su fuerza política, ejercida con moderación y prudencia.
Publica ahora, Juan Alberto Belloch, las memorias de un juez y un político independiente. El lector que quiera conocer lo que de verdad pasó en aquellos años del Gobierno socialdemócrata de Felipe González deberá adentrarse en Una vida a larga distancia, publicado por Plaza & Janés, que está escrito desde el sosiego y la objetividad.
Desmenuza Belloch la actividad de un grupo destacado de periodistas que pretendían y consiguieron desmontar a Felipe González, el cual caminaba hacia su quinta reelección. Después de cuarenta años de Franco sólo faltaba que la democracia proyectara treinta años de un líder político que iba abduciendo todos los poderes. Al equipo de profesionales del periodismo que fragilizaron a González se les llamó "el sindicato del crimen".
Narra también Juan Alberto Belloch el golpe de Estado del 23-F y, aunque le falta alguna información, subraya de forma certera las posibles consecuencias si aquella operación hubiera triunfado. "Es fácil imaginar –afirma Belloch– lo que pudiera haber ocurrido sin la intervención del Rey".
Describe el autor al señor Nart como "un leopardo pastando por los lomos de una ballena azul". Elogia en justicia a Margarita Robles. Se entristece al hablar de su niña Amanda Clara, muerta a los seis meses de vida. Radiografía a Baltasar Garzón. Subraya las virtudes de Antonio Asunción. Desgrana el complicado asunto de Luis Roldán que yo conocía a fondo y, por razones de Estado, callé. Habla bien de Marcelino Oreja y de Martín Villa. Desdeña a Álvarez Cascos, al que fustiga de forma ácida. Expresa sus reticencias a la gestión de Rodríguez Zapatero. Pone a Alfonso Guerra en el destacado lugar que le corresponde. Se refiere a la sigla B –Belloch, Borrell y Bono– para dedicar elogios a los dos últimos. "Si Borrell hubiera resistido –afirma– si hubiera ganado Pepe, Carme o Susana, la actual deriva del Partido Socialista no se habría producido".
Dedica, en fin, sus mejores palabras a ese milagro de inteligencia y belleza que es Mari Cruz Soriano. Y después de contar con sencillez y una escritura clara y precisa, pasajes de su infancia y adolescencia, de su madre y su padre, de las vicisitudes de la carrera de juez, su gran vocación, de su gestión como alcalde de Zaragoza, se lamenta de la situación en que se encuentra el PSOE adulterado por un sanchismo lejano a los valores clásicos del socialismo democrático. "Hemos pasado –escribe Belloch–de un bipartidismo imperfecto a una situación en la que, al parecer, sólo se pueden formar gobiernos de diferentes siglas, gobiernos en los que que se debe contar con formaciones políticas de extrema derecha o de extrema izquierda. O lo que es peor, con formaciones separatistas. El PSOE actual, que no el de Felipe, parece aceptar y normalizar esos maridajes en aras de una pretendida estabilidad, por muy contradictorias, cuando no antagónicas, que sean sus programas electorales, su historia, su mensaje y sus actitudes".