España entregó al mundo en el siglo XVI al Greco, en el XVII a Velázquez, en el XVIII y su prolongación en el XIX a Goya. En el siglo XX a Pablo Picasso, a Joaquín Sorolla, a Salvador Dalí, a Joan Miró, a Juan Gris, a Antoni Tàpies. Todos ellos figurarían entre los cincuenta primeros pintores de la pasada centuria si se hiciera una encuesta seria.
No han decaído las artes plásticas en nuestro país y se podría citar a medio centenar de nombres que vertebran en vanguardia la expresión artística contemporánea. Antonio López es la profundidad en la pintura, una cosa mental. Superan sus pinceles la inmovilidad del realismo acongojante. El pintor hace lo que sabe y sabe muy bien lo que hace. Es un sabio del pincel maestro, el estupor de la mirada.
Sobre Miquel Barceló se derrama a chorros la luz negra y enlutada. Viajé en su día a Ginebra para contemplar anonadado en la Sala de los Derechos Humanos, Palacio de las Naciones, la capilla sixtina del abstracto y su apocalipsis. Aguacero de campanas azules, frágiles estalactitas que cuelgan del ónfalo triunfal, la soledad sonora del pintor llora sobre su garganta llena de luz, el agua genital, la hiel de la desmesura, las hendiduras de la ola y el terrizo. Adolf Loos pudo dedicar su verso insólito a Miquel Barceló: “Capitán, haz guardia a los ojos azules”.
A Alicia Framis le hieren las lágrimas en la oquedad de Dios. Emociona la confusión de sus párpados, los cascos ázimos de Guantánamo, el rojo corazón desmesurado, el not for sale sobre el torso desnudo de niños tailandeses, coreanos, camboyanos que se venden en adopción para asesinarles luego y trasplantar sus órganos a los hijos de los milmillonarios occidentales. La artista es el chorro de sed de las aceñas clandestinas, la noche de luna agarena, el ser y el tiempo de Martin Heidegger, la piedra de sol de Octavio Paz.
A estos tres nombres hay que añadir a Rafael Canogar, a Soledad Sevilla, a Alfonso Albacete, a Carmen Laffón, a Manolo Valdés, a Revello de Toro, a Eduardo Arroyo, a Viola, a Mercedes Gómez-Pablos, a Eduardo Naranjo, a Manolo Rivera, a Doris Salcedo, al gran Palazuelo, a tantos otros…
En los Estados Unidos de América Domingo Zapata es un nombre estelar. La pintura le brota del alma y de la reflexión liminar
Y a Domingo Zapata que es el pintor español más cotizado internacionalmente. Varios cuadros suyos se han vendido por encima del millón de dólares. Zapata es el hervor germinal de la expresión artística. Se ha inyectado el color en las venas para azotar a los dioses extinguidos de Pablo Picasso, y descubrir los sudarios habitados por el genio que incendió Guernica.
Se detiene Domingo Zapata a veces ante los ácidos hurmiento de Gamoneda y lo convierte todo en luz como el poeta. Junto a Basquiat, Warhol y Picasso le eligieron los responsables del Louvre para sus grandes exposiciones. En los Estados Unidos de América es un nombre estelar. La pintura le brota del alma y de la reflexión liminar.
No sabe Zapata si la muerte es el silencio de Dios, pero pinta la fascinación del abismo y vuela a la región donde nada se olvida, dibujando espadas como labios, Vicente Aleixandre al fondo.
Todas, casi todas las comparaciones, en fin, resultan estériles, pero habrá que convenir el lugar de privilegio que, junto a Italia, ocupa España en la expresión pictórica universal.