Tras el asesinato del presidente del Gobierno franquista, almirante Carrero Blanco, Antonio García-Trevijano trazó un plan audaz. Los sindicatos clandestinos y las fuerzas revolucionarias tomarían el poder a la muerte de Franco, en un movimiento de masas como ocurrió en Portugal en 1974. Si el hijo de Alfonso XIII, Don Juan, se ponía a su frente se restauraría la Monarquía en su persona. Unas declaraciones del Conde de Barcelona al diario Le Monde, que suponían la ruptura total con la dictadura y con su propio hijo, eran el comienzo de la operación.
Cuando todo estaba aprobado y las declaraciones –18 folios– corregidas de puño y letra por Don Juan, se opuso frontalmente Pedro Sáinz Rodríguez, que nos citó en Estoril a José María Pemán y a mí. Almorzamos con Don Juan. Pedro Sáinz explicó que las declaraciones urdidas por Trevijano significaban la escisión dinástica. Don Juan, Rey de derecho de España, se mantuvo en su posición, lo que nos dejó desolados.
A la hora de cenar acompañé a Pemán a Villa Giralda y allí el presidente del Consejo Privado afirmó: “Vuestra Majestad no puede hacer eso”. A la mañana siguiente, Don Juan me llamó y me entregó las declaraciones. “No puedo hacer nada contra vosotros”, me dijo con evidente contrariedad. En mi libro Don Juan se explica todo esto minuciosamente.
Trevijano transformó las declaraciones en los doce puntos programáticos de la Junta Democrática y se apartó de la Institución Monárquica. Años después, cuando triunfaba Juan Carlos I, que se sumó, apoyado por Torcuato Fernández-Miranda, a la Monarquía defendida por su padre en contra de la Monarquía alentada por el dictador, la Corona entre muchos aciertos se equivocó al no integrar a Trevijano.
Fue un fallo de la Monarquía de todos. Trevijano era un político de envergadura, razonador, dialécticamente extraordinario. Impertinente y agresivo en ocasiones, independiente siempre, hubiera colaborado con la nueva Monarquía si alguien se hubiera ocupado de atraerle al renovado sistema que se estaba creando.
Trevijano era un político de envergadura, razonador, dialécticamente extraordinario. Hubiera colaborado con la nueva Monarquía
Martín-Miguel Rubio ha escrito un excelente libro, Recuerdos de Trevijano (Editorial MCRC), en el que condensa la vida y el pensamiento de un hombre que estuvo a punto, tras el asesinato de Carrero Blanco, de cambiar el rumbo de lo que se llamó La Transición.
El pensamiento de Trevijano navegaba por mares democráticos más profundos que los convencionalismos de la época. “Los partidos políticos, estos partidos –escribió– no pueden controlar la libertad política de los particulares. Articulan el pensamiento político, pero no deben protagonizar la libertad política. De lo contrario viviremos en un totalitarismo oligárquico”. Su Discurso de la República se hizo profundo y superó los fuegos artificiales de los que la defendían sin consistencia creadora.
Martín-Miguel Rubio sintetiza con acierto el pensamiento de Trevijano disperso en incontables conferencias y artículos. Y lo hace generosamente, pero sin perder la objetividad. Para él, Antonio García-Trevijano se había convertido en el telón de fondo de una Monarquía que triunfaba nacional e internacionalmente, pero que no conseguía taponar oquedades políticas de fondo.
Antonio García-Trevijano era además un hombre especialmente culto. Daba gusto conversar con él. Tenía una idea clara de lo que significaba el aliento de las letras, la creación literaria, así como la expresión de la pintura, con su admirado Donatello al frente. Hominis est errare, Rubio da una lección a Alberto Núñez Feijóo sobre Orwell y su crítica sin concesiones a los partidos políticos voraces.
Por este libro, en fin, desfilan casi todos los grandes personajes de la Transición, juzgados sin genuflexiones bajo el hilo conductor del pensamiento de Antonio García-Trevijano, el político sabio que se quedó en proyecto cuando debió jugar un papel de relieve en la creación de la España de la libertad.
Si como dice George Steiner: “el maestro es verdaderamente un comunicador de verdades que mejoran la vida”, Antonio García-Trevijano fue, según afirma Martín-Miguel Rubio, un indiscutible maestro. El libro que comento en esta Primera palabra viene a sacarlo de un absurdo olvido, de un inexplicable silencio.