El primer acierto de María José Rubio en su excelente biografía de la tercera mujer de Fernando VII ha sido desbaratar la versión de Próspero de Merimée sobre la noche de bodas. Según el autor de Carmen, Fernando VII, de 35 años, desnudo, gordo, erecto, irrumpió en la cámara de la nueva Reina de 16 años y se abalanzó sobre ella. Era el 21 de octubre de 1819. Amalia de Sajonia huyó despavorida del varón repugnante mientras las imprecaciones del monarca resonaban en todo el Palacio Real.
María José Rubio demuestra con datos incontrovertibles que la narración del novelista era fruto de su imaginación o tal vez de una información sesgada. A pesar del matrimonio de Estado, a pesar de que Amalia y Fernando no se conocían, se estableció entre ellos una relación de atracción primero y de amor después, que a mí me cuesta trabajo entender. La jovencita sajona estuvo en todo momento a la altura que las circunstancias exigían. “La supuesta infelicidad y traumática relación de los reyes que transmite cierta historiografía –escribe María José Rubio– no se corresponden con los hechos reales”.
Ni siquiera a las reinas regentes se les ha dedicado en los estudios históricos españoles la suficiente atención. Aparte Isabel I e Isabel II, que se sentaron en el trono como reinas titulares, la mayoría de las consortes son prácticamente desconocidas para los españoles cultos. De ahí la importancia del excelente trabajo de investigación que María José Rubio ha dedicado a la tercera mujer de Fernando VII en un libro, María Josefa Amalia de Sajonia, reina de España (Fundación Banco Santander), que puede calificarse como excelente, desde la objetividad crítica.
Aquella adolescente, que murió a los 25 años, se hizo enseguida con la arisca Corte española y desempeñó un papel respetado y sobresaliente. En una de las épocas más convulsas de la historia España –el pronunciamiento del general Riego, la revolución, la transformación del concepto de soberanía–. Amalia de Sajonia estuvo, con algunos errores de bulto, a la altura de las circunstancias.
Era una política sagaz y se dio cuenta de que las Cortes de Cádiz en 1812 y la aceptación real en 1820 habían trasvasado la soberanía nacional desde el Rey al pueblo. Y que era el pueblo, a través de la voluntad general libremente expresada el que hacía las leyes.
Enamorada hasta la médula de Fernando VII, según María José Rubio, la Reina poeta mantuvo su amor a lo largo de los días todos de su vida
Celebró Amalia la recuperación del pleno poder por Fernando VII, que se instaló en la década ominosa. La Reina escribió un poema que concluye así: “Viva mi Esposo y Señor, viva el Rey nuestro Señor / Muera la Constitución”. María José Rubio ha tenido el acierto de recoger a lo largo del libro los poemas de Amalia de Sajonia. La objetividad exige señalar la endeblez poética de la Reina. Sus poemas son mediocres, plagados de ripios, de estéril adjetivación y metáforas vulgares.
Amalia de Sajonia conservó hasta su fallecimiento en 1929 su inalterable y profundo sentido religioso. Era una mística y nadie podrá negar las cualidades intelectuales que la adornaban. Tal vez si hubiera vivido 20 años más, hasta los 45 o 50, habría granado su madurez, se habrían estilizado sus versos y se recordaría su sagacidad intelectual.
Celebra la jovencísima Reina a los Cien mil hijos de San Luis, la liberación de la familia real y el regreso triunfal a Madrid. Enamorada hasta la médula de Fernando VII, según María José Rubio, la Reina poeta mantuvo su amor a lo largo de los días todos de su vida. María José Rubio dedica largas páginas a la madre de Amalia de Sajonia y a la incertidumbre que para una España aturdida supusieron las torpezas de Fernando VII y las ambiciones de Carlos María Isidro.
Robustecido por una extensa bibliografía, estamos ante un libro de notable interés. Para muchos, yo entre ellos, significa el descubrimiento de la calidad humana e intelectual de una jovencísima Reina consorte a la que entusiasmaba la literatura, creía sin fisuras en Dios, confiaba en el Papa y amaba a su marido hasta ennoblecerlo.