Cada sábado era un apocalipsis: así eran las relaciones antes de que llegasen los móviles
Ni mensaje de WhatsApp ni comentario en Facebook. Tampoco un corazón en Tinder o Instagram: así eran las relaciones antes del móvil.
17 octubre, 2016 21:55«¿Quieres salir conmigo?». La frase sonó ajena, como si la hubiese pronunciado otra persona, no yo. Abrí los ojos esperando su respuesta y me encontré con los suyos observándome. Atenta, dubitativa. No tardó más de dos segundos en responderme, pero la espera se hizo tan eterna como una hora contemplando la nada. Eso supuse, la nada como respuesta. Fue un sí.
Dramatizaciones aparte, así fue más o menos como yo me declaré a la que es ahora mi mujer. Eran otros tiempos, una época en la que sólo había una definición para teléfono: ese aparato con cable en espiral que todos teníamos en el recibidor de la casa de nuestros padres. Existía el móvil, sí, pero era un objeto tan extraño que ver un unicornio sorprendía menos.
El móvil, sobre todo el smartphone, allanó el contacto entre las personas hasta que casi se borraron las distancias. Puedes decirle a otra persona que la quieres y quedar con ella sea cual sea la hora y el lugar. ¿Cómo era hace unos años? No hace falta remontarse tanto, no más de quince.
Cada sábado era un apocalipsis
No se puede definir mejor lo que implicaba salir a ligar un sábado (gracias por la frase, Paolo). Arreglados desde después de comer, toda la tarde por delante, quedada con los amigos y hala, a la disco. Esto no ha cambiado mucho: ligar siempre será ligar. Aunque eso sí: antes había que ir con prisas porque no existían las segundas oportunidades.
Podías intercambiar el teléfono, pero tampoco era lo más corriente. Quedar otro día no solía contemplarse. Y no había ni móvil ni cuenta de Twitter. Apocalípticos, así eran los sábados (leer con voz de Pedro Piqueras). No todos, que más de uno terminaba a las puertas del cielo.
¿Quedamos mañana delante del quiosco?
No es que haya dejado de quedarse, pero la mecánica sí que ha cambiado. Antes debías despedirte dejando bien planeada la próxima cita porque no había manera de hacer cambios de última hora. Bueno, manera había, pero lo último deseable era llamar a casa de sus padres.
Dejabas planeada la hora y el sitio con la precisión de un agente de la CIA citándose con un soplón de la KGB. Mirabas el tiempo que quedaba en tu reloj Casio digital, contabas las horas, se te aceleraba el corazón conforme se echaban encima los minutos y acudías sin saber qué otros hechos habrían pasado entre medias.
Quedar con una persona suponía planearlo concienzudamente: no había espacio para el plantón
Ignorabas la mayor parte de sucesos acaecidos entre las dos citas; y eso aportaba los primeros temas de conversación. Todo cambió con las redes sociales y las apps de mensajería. Ahora es más fácil que existan cambios de última hora, pero, en el caso de que haya plantón, es más factible darlo a conocer con el móvil.
¿A que no sabes quiénes están liados?
Si hay algo tan rápido como la velocidad del sonido eso es la velocidad a la que se propagan los rumores. Antes no existía el WhatsApp ni similares, pero los cotilleos tenían sistemas de comunicación propios e inmediatos. Aunque había cierto tiempo de margen.
Los cotilleos circulaban a la velocidad del sonido, incluso sin que existiera el WhatsApp
Una amiga de tu madre te veía de la mano con otra persona y seguro que al llegar a casa estaba enterada toda la familia. No hacía falta una aplicación de chat, ese tipo de noticias se transmitían de manera espontánea. Tampoco te librabas en el grupo de amigos: pocas horas más tarde lo sabían todos. Con las consecuentes bromas, por supuesto.
El WhatsApp de notitas
Utilizar el móvil para enviarse mensajes en clase no es extraño, aunque sí poco recomendable. Antes no se utilizaba ese tipo de dispositivos porque lo más «tech» era una calculadora, pero sí habían métodos alternativos para «whatsappear»: las notas de papel.
El sistema de mensajería por excelencia funcionaba a la perfección en los entornos reducidos de una clase. Con el «Pásasela a Susi» tu nota podría cruzar de mano en mano hasta llegar a la susodicha. Lástima que no existiera el cifrado de extremo a extremo porque cualquiera podía leer tus palabras por el camino. Por desgracia, esto también incluía al profesor.
Los selfies de fotomatón
Lo único que tiene un selfie de moderno es el nombre. Más allá del anglicismo, las autofotos también eran populares cuando yo me declaré a la que es ahora mi mujer. Siempre con sus particularidades, porque lo de hacerse un selfie a cada momento resultaba inviable.
Antes no se llamaba selfie, pero también se hacían. Sobre todo en el mítico fotomatón
Como usar una cámara con carrete para auto retratarse era poco habitual, lo más corriente era acudir a las típicas máquinas de fotomatón. Sí, ésas que te sacan de un apuro a la hora de renovar el DNI. ¿Nunca te sacaste una ristra de fotos en pareja? Hazlo, es más divertido que un selfie con el móvil. También mucho más caro.
Hacerse una sesión de fotomatón en pareja era más o menos así.
El espacio era reducido, pero más que suficiente para que se acomodasen con estrecheces. Alimentaron la máquina por la ranura sintiendo cierto dolor con el golpe de las monedas al caer dentro de la caja. Doscientas pesetas suponía media paga, por más que el resultado prometiera. Se resignaron, irguieron la espalda para que las cabezas quedasen a la altura, se abrazaron y sonrieron hasta que el flash les dejó ciegos. Dos fotos para cada uno. Aún las guardan quince años más tarde.
L SMS lo cmbia tdo
Fueron un poco más modernos, pero también me pilló la fiebre. Paso intermedio al WhatsApp, los SMS o mensajes de texto supusieron una revolución en las relaciones personales. También en la forma de escribir: muchos los vieron encarnados en el apocalipsis del lenguaje.
Con 15 céntimos de euro por SMS (o 25 pesetas) podías quedar con la otra persona, decirle que la echabas de menos, explicarle qué llevarías puesto y el tiempo que haría el fin de semana. Cómo se estiraban los SMS, más que ese último euro de saldo. Porque aquellos mensajes quedaron atrás, si no apostaría a que ninguno entendemos lo que escribimos en su momento.
Con un SMS podías contar medio Quijote: los 160 caracteres se estiraban como un chicle
Los SMS se mantuvieron en el trono de la comunicación durante varios años como nexo entre todo tipo de relaciones y como protagonistas de las Nocheviejas. Qué tiempos aquellos en los que no podías enviar un mensaje porque las líneas estaban colapsadas. ¿Que con WhatsApp ocurre lo mismo? No sé, creo que los SMS tenían cierta magia. ¿O no?
No, el móvil no acabó con la magia
Los más apocalípticos dirán que el smartphone acabó con el encanto de los romances cara a cara, pero eso es falso por completo. Sencillamente, los tiempos, y quienes los viven, cambian. Como bien escribió Antonio Sabán en Hipertextual, la tecnofobia a las nuevas formas de comunicación ha conseguido que WhatsApp, Facebook y similares adquieran una pátina negativa por su supuesta falta de romanticismo. Pátina falsa, por supuesto: quienes se enamoran son las personas, no sus estados sociales.
Las relaciones no morirán porque usemos el móvil para comunicarnos. De hecho, el smartphone allana el terreno a la hora de expresarle nuestras emociones a otra persona. Es más fácil que le confiemos el secreto y es más sencillo mantener el romance en la distancia. Lo que hubiese dado por tener WhatsApp y Google Duo cuando empecé a salir con mi mujer.
Si la tecnología pone a tu alcance una forma instantánea de decirle a esa persona lo que sientes, ¿por qué no aprovecharlo? Que nadie te diga que las emociones de antes sí eran auténticas: esperar una carta durante semanas no tenía nada de romántico.