Si me lo hubieran dicho, no lo hubiese creído o quizás habría pensado que se trataba de una coña de Faemino, Cansado y el humor del tercer mundo. Pero no ha sido así, la realidad siempre supera la ficción y hay una alcaldesa de Gijón que prohíbe los toros porque no le gustan los nombres y los considera una afrenta personal. Imagino que la señora pensó que el ganadero fue por la mañana a la pila de la iglesia para bautizar al toro y joderla a ella personalmente. Estos taurinos son gentuza y vienen aquí a provocar.
La verdad es que la señá alcaldesa no se lleva bien con los nombres, pues hace poco quitó la Avenida Juan Carlos I por el artículo treinta y tres, que es el mismo que se empapa todas las mañanas y le hace vaho en los cristales de las gafas. El nivel intelectual al que estamos llegando en España no lo previó ni Solana con la Logse. Pensábamos entonces que descenderíamos algún escalón en el conocimiento patrio, sin adivinar ni anticipar que la estulticia se quedara gobernando con balcones a la calle y bastones de mando.
Yo propongo que los fabricantes de juguetes moldeen una muñeca a su imagen y semejanza; a la de doña Ana, claro, la alcaldesa de fresa. Así, si le aprietas la barriguita un poco podrá decir un día que quita los toros; otro, que abajo los reyes y quizás otro, que se mueran los feos. Bueno, ella no, por supuesto, faltaría más. La primer edil desciende directamente de aquel sabio gobernante caraqueño que iba por las calles y al grito encendido de “¡exprópiese!”, resolvía todos los problemas del Tesoro Público. Doña Ana, no Ozores que esa es de Oviedo, es muy roja y no tiene complejos. Tiene una tía que se llama Gervasia y no es como las vacas, la destetó a destiempo.
Los taurinos aluciflipan y se frotan los ojos. Mucho han dejado de hacer en todo este tiempo y ahora caducan todas las tapas de los yogures a la vez. Que no se preocupen los antitaurinos, que acabarán con el mundo de los toros tal y como lo conocemos ahora. Pero mientras haya un hombre o una mujer que quiera bailar la eterna danza de la muerte de soslayo entre la inteligencia y la fiera, ya puede venir Van der Layen y sus millones que habrá toros, toreros y aficionados. Y quizá entonces resurja la tauromaquia de nuevo tras la catarsis.
La alcaldesa de Gijón nos ha venido muy bien para echarnos unas risas y mecernos en el llanto. Me han venido estos días las palabras de Lorca, cuando decía que no había asunto más serio en el mundo que la tauromaquia. Y tiene toda la razón. El resto son coros y danzas de un mundo enfermo que no se enfrenta a la muerte y huye de ella hacia otra segura que es la dictadura y la ignorancia. Lo más subversivo que puede hacerse estos días es ir a los toros, como diría Rubén Amón. Ojalá salga bien la Feria de Albacete y demos al mundo una lección que todavía persevera en el sur de Francia, México y algunos otros países hispanoamericanos.
El torero es el descendiente directo del héroe y el toro, el animal sagrado. Como dice Dragó, las cinco claves básicas de la vida están en la tauromaquia. Parar, templar, mandar, ligar y cargar la suerte. Y no hay más. El resto es metralla para las piernas. Si algo encierra la tauromaquia son valores éticos. La señora alcaldesa de Gijón lo desconoce y se entristece por Feminista y Nigeriano. Cuando se humaniza a los animales, se animaliza a los hombres. Ya estamos en Orwell y con una alcaldesa en la granja. Menos mal que Doña Ana nos dirá cómo llamar a los cerditos.