El PSOE siempre se vanagloriaba de ser el partido que más se parecía a España. Es verdad que la frase, aunque redonda, fue siempre falsa, pero escondía una verdad publicitaria que mucha gente se creyó. Esa especie de socialismo sociológico, o sentimental, que diría Umbral, se convirtió en una suerte de creencia popular durante los años 80 y 90. Y como casi todas las creencias, instalada en el epicentro de la conciencia, era casi imposible removerla. Pero llegó Zapatero, la cultura woke, que es la negación de lo real, se instaló en las universidades occidentales, Podemos emergió como grito de las nuevas juventudes antisistema y el PSOE claudicó. Pudo elegir el camino de la socialdemocracia, pero eligió la revolución. Sin embargo, hasta la llegada de Sánchez todavía quedaban rescoldos del viejo socialismo, aún no se purgaba con tanto esmero ni se premiaba de un modo tan norcoreano a los criminales. Aún Felipe y Alfonso tenían una voz escuchada y los congresos incluían algunas críticas, de Rosa Díez a Susana Díaz. Pero ya no.
Sánchez ha dinamitado todos los puentes y ha construido un nuevo partido, erigido sobre su propia sombra, instalado en los cimientos de la nueva izquierda populista. Su única razón de ser es el poder, el suyo, conseguido mediante la destrucción territorial del PSOE y la traición sistemática a todas las promesas vertidas. "Somos un partido de ganadores", dijo este fin de semana el número uno delante de todos los perdedores. Porque, para que Sánchez conservara la Moncloa, ha tenido que sacrificar a la mayoría de sus gobiernos autonómicos y locales.
Así que el PSOE ya no se parece en nada a la España real, que asiste narcotizada a la descomposición del tejido constitucional, a la destrucción programada del gran abrazo de la transición, cuyo último episodio, no tengan ninguna duda, es el cuestionamiento de la monarquía. Ese es el punto final del programa de Sánchez, porque sabe que esa es la pieza de caza mayor que ansían todos sus socios.
En este congreso, el presidente de Castilla-La Mancha ha vuelto a opositar a Juan el Bautista, voz que clama en el desierto, aunque es verdad que ha sido en voz baja. Poca cosa. Dicen que este ha sido un Congreso de resistencia, de afirmarse en el búnker. Pero, en realidad, quien está en ese búnker es García-Page, escondido con Martínez Guijarro y cuatro más, tratando de resistir y de mantener en pie un partido que ya no existe. Puede que inviten a Lobato y a Lambán a su guarida, pero sus gritos quedarán en pura melancolía. Este nuevo PSOE, cuyas cuatro siglas desmiente, está creado para diseñar una España distinta, sectaria, cerrada e injusta. Una España para ellos y sus socios, disfrazada de buenas palabras, en las que no cabemos la inmensa mayoría de ciudadanos que hemos quedado en lo que Sánchez llamaría el lado incorrecto de la historia.