Se olvida todo. Se olvidan los hechos más recientes. Se ha olvidado que allá por el año 2014 el PSOE se encontraba en el vórtice de una crisis a la que no se veía salida. Había fracasado Almunia, avalado por González. Había fracasado Pérez Rubalcaba, avalado por González. En política hay directivos de etapas anteriores que se empeñan en apoyar a gentes que no puedan rivalizar con ellos. El partido es su criatura y no quieren encomendársela a nadie que lo pueda hacer mejor. Prefieren que lo haga peor y no empañen su recuerdo. Por eso proponen candidatos que (tal vez ellos) y los demás saben que no llegarán a ninguna parte. Surgen entonces los fracasos. Así se pretendió con Pedro Sánchez, que sustituiría a Pérez Rubalcaba. El PSOE deambulaba en caída libre y a la derecha le convenía que la caída no se detuviera. Pedro Sánchez era un desconocido, aunque tenía buena planta.

Parecía dócil, sumiso, fácilmente manejable por quienes quieren seguir en el poder sin estarlo. Se le presentó como solución transitoria. Y llegó el año 2016 cuando González y otros defendieron que había que abstenerse para que saliera elegido presidente Rajoy. Como se ve las querencias actuales de algunos dirigentes a que manden las derechas vienen de lejos.

Pedro Sánchez decidió no abstenerse para investir a Rajoy y, con ello, abrió las puertas del abismo. Había decidido sublevarse y eso no estaba en el guion. Se le creó una crisis interna. Habrá quienes recuerden como una pesadilla letal aquellos días bochornosos en los que ya aparecían militantes de Castilla-La Mancha a gritos y voces contra Sánchez. Así que lo de ir contra Sánchez, por aquí también viene de lejos. A todo esto, en una izquierda recién creada se jugaba al juego de suplantar a un PSOE en profunda crisis interna. Existía una IU débil y ahora un PSOE en decadencia. Podemos soñaba con el sorpasso. El sueño húmedo de la vieja izquierda comunista. A la derecha le beneficiaba el escenario. Cuanto más durara la crisis del PSOE mas se aseguraba el ejercicio del poder sin rivales. Entre quienes antes le había apoyado se impuso acabar con el desobediente Sánchez. Solo que nadie contó con un giro de guion imprevisto. Nadie contó con que Sánchez se fuera y volviera. Nadie contó con que los ciudadanos y los militantes del PSOE se pusieran de parte de la víctima.

Sánchez volvió y ganó el partido; y más tarde, por una nueva audacia, llegaría al Gobierno por una moción de censura contra un partido corrupto, condenado por la justicia. Lo cierto es que, desde 2018, el PSOE es el partido que gobierna España. Que el PSOE está viviendo una época de esplendor como en tiempos pasados. España dispone de proyección internacional, la economía crece con holgura y se convierte en motor de Europa, la inflación se ha contenido y los procesos de transformación energética avanzan a buen ritmo.

El PSOE, socialdemócrata, resiste en una Europa donde la socialdemocracia sucumbe. En Francia llaman a Sánchez el "último mohicano", porque, entre los escombros del socialismo europeo, el PSOE mantiene sus discursos de igualdad, justicia y solidaridad.

Este es el PSOE y Sánchez, y no lo que insidiosamente repite la derecha en sus numerosos medios de comunicación. Esto debieran verlo y entenderlo los militantes y los simpatizantes para saber lo que está haciendo el PSOE en esta etapa. Si el PSOE no está en un momento óptimo para España es que nunca lo estuvo antes. Pero por esa vía llegaríamos a negar el papel protagónico del PSOE en la articulación de la España moderna que es lo que no admite la derecha española. Una derecha sin alternativa, oportunista y arribista, esgrimiendo una patria que nunca existió y una bandera que pretende hacer exclusivamente suya.