Milagros Tolón y Jaime Ramos
Tengo el viejo sueño de que Toledo y Talavera dejen de darse la espalda alguna vez. Es altamente probable que eso sea un imposible metafísico y que dos ciudades que, cada una a su manera, se han mirado siempre con recelo nunca lleguen a labrar ninguna historia de amor o reciprocidad. Pero es bonito y deseable. Soy un talaverano que, tal vez a la contra, jamás ha tenido una mala mirada para Toledo, ni una palabra fuera de tono ni un rencor envidioso o malsano. Al contrario: siento una admiración intensa por la capital y me emociona su belleza profunda y latente, la enormidad de su magia y sus rincones y el maravilloso enigma de sus calles. Toledo es una ciudad absolutamente hermosa y la disfruto con generosidad siempre que puedo, que es frecuentemente. Mi pasión toledana es sincera, estable y emocional.
Talavera es otra cosa, en ese canon universal no puede competir y ha de conformarse, no sólo con ser la hermana humilde y luchadora, sino también con la dificultad añadida de no haber sabido nunca llamar debidamente la atención y sentirse siempre abandonada y en protesta. A ratos se quiere muy poco a sí misma. No es un buen camino, como llevamos años comprobando, pero esta tozudez, que proviene de un carácter aprendido de combate y soledad, es el único valor que a día de hoy mantiene encendida la llama contra el olvido y la desesperanza. Al menos la lucha y el grito. Con todos sus defectos, amo a Talavera y sus históricos achaques y no hay ninguna otra ciudad, por excelsa o preciosa que sea, a la que lleve más a fondo en mi corazón. Cursi pero exactamente la verdad.
Por eso quisiera que un día se convirtiera en realidad el viejo sueño de que Toledo y Talavera dejasen de mirarse mal y, empezando por lanzarse una sonrisa, terminasen por quererse un poco y conocerse y entenderse y sentirse una parte de la otra y viceversa. No tengo ni idea de cómo puede hacerse esto, pero no es un mal proyecto y menos ahora que Toledo vive un momento de esplendor, o a mí me lo parece, y Talavera sigue encallada en su derrota por más que exista tan buena voluntad para que resulte todo lo contrario. No voy a entrar en comparaciones, pero creo que hay dos buenos alcaldes, Milagros Tolón y Jaime Ramos, cada uno a su lucha y su entender, que se tienen respeto y simpatía y que uno quisiera, ilusa y modestamente, que supieran mirarse a los ojos con honestidad y con limpieza y echar a andar arrieritos de la mano.