Contra este modelo autonómico
No tengo porque justificarme pero tampoco me importa hacerlo. He sido y soy un defensor de Castilla-La Mancha como comunidad autónoma y, con todos sus graves defectos, también del sistema autonómico que tiene su raíz en la Constitución y que da legitimidad al actual modelo de Estado en España. Nos ha dado muchas alegrías a los españoles y particularmente a los castellano-manchegos nos ha dotado de un instrumento histórico y eficaz sobre el que desarrollarnos como región española con nuestra identidad, nuestras instituciones y nuestro sistema propio de Gobierno. Cuarenta años de democracia de éxito y de autonomías con su punto felices, más o menos armónicas y moderadamente democráticas, que tampoco hay que pasarse en los elogios.
Pero el modelo ha ido progresivamente degenerando sus defectos iniciales y, en vez de corregirlos, ha ido profundizando en ellos y creando un sistema de reinos de taifas cada vez más endogámicos y solipsistas que, con frecuencia exagerada y a ratos insoportable, ha adoptado unos modos caciquiles y antidemocráticos de vivir y realizarse a día de hoy bastante evidentes. El ejemplo penoso y radical de Cataluña, con un Gobierno autonómico obsceno y unas instituciones controladas por la furia, es la sublimación de este virus degenerativo que ataca cruelmente al sistema, pero también es el síntoma de que el modelo está agotado y hay que repensarlo y volverlo a poner en marcha desde planteamientos nuevos, originales y democráticos, pero siempre regresando a su esencia inicial y a los profundos y admirables valores constitucionales del 78. Está todo por hacer.
El modelo autonómico hoy en día se ha roto por 17 y no profundiza en la libertad y en la democracia sino todo lo contrario. Proyecta el caciqueo y aumenta el clientelismo, en una espiral aldeana y cerril que asfixia a las personas y a los grupos y nos hace a todos menos libres, un camino torcido y errado que ha ido a más un día detrás de otro. Este sistema aspira ciega y egoístamente a controlar parcelas de poder cada vez más cerradas y alicortas y a crear absurdos compartimentos regionales y regionalistas en torno a la educación, la sanidad, los ríos y los territorios, creando un monstruo surrealista y majadero que no hace más que retroalimentarse a sí mismo en el camino inverso al progreso humano y los avances sociales, intelectuales y económicos. Y en la misma medida España se divide y decae.
Un modelo excelente en su origen y en su concepción se ha traicionado a sí mismo y ahora es sólo su caricatura y su propia cárcel. Autonomías sí. Pero no estas ni así.