Rajoy contra Rajoy
Me pasa una cosa sorprendente con Rajoy. Cada vez que yo creo que se equivoca, tiendo a pensar que su carrera es de fondo y que más adelante podré entenderle la jugada. Después, los hechos me desmienten y pongo la frontera del entendimiento un poco más allá, y así hasta el infinito. Es un complejo absurdo: el genio de Rajoy es sobrehumano y nuestra capacidad de comprenderlo se ve limitada por las estrechas lindes del espacio-tiempo. En cien años despertaremos y lo entenderemos todo, aunque mientras tanto, sólo nos queda alucinar. El presidente gobierna para la historia y nuestra pequeña humanidad del aquí y el ahora sólo puede mirar la vida entre el asombro y la perplejidad, sin acertar a pillarle la gracia a la bola marianista. Es una ecuación que nos llega del platonismo: Rajoy parece quieto pero en realidad es un agente proactivo del futuro que en el día a día escapa a nuestra jibarizada inteligencia.
El problema de ser un incomprendido de tu tiempo es que, si lo tuyo es la política, tienes que darle la mano todos los días a la gente y ese hecho no debe darte asco. O que al menos no se note la repugnancia. Moverte en la dirección que agita el viento o que simplemente lo parezca. Presentarse a las elecciones tiene el precio de la popularidad y, tratándose de un genio, las posibilidades de compatibilidad van tendiendo a cero y minando cotidianamente el entusiasmo de la gente, que en su ineludible vulgaridad no entiende las claves de tanto talento acumulado para entregárselo únicamente al futuro y a la historia, sin que hoy en día veamos alguna lucecita o un cierto chisporroteo que nos ilumine el corazón de buenos ciudadanos. Los planes de Rajoy son alargados y puede llegar un día en el que todo el mundo se haya hecho de piedra sin haber visto los resultados.
El caso es que ahora, vista la caprichosa inestabilidad de la gente y lo superficial del hecho cotidiano de vivir todos los días, las encuestas le están diciendo a Rajoy que no sólo no le entienden sino que, además, están en camino de encontrar a otro, un alternativo tipo Albert Rivera o quien sea, que les caiga más simpático, que explique mejor las cosas y que no sea tan enigmático. Alguien que cuando sube, sube, y cuando baja, baja, o que lo parezca y así se vea todo más claro. Nadie sabe si ese camino de futuro será el correcto o no, porque de promesas incumplidas y actos fallidos está el mundo lleno, pero la gente no entiende de criptogramas, ni de jugadas maestras, ni de gobernar como un administrativo de bolsillo que controla el Boletín Oficial del Estado: a los corazones sencillos hay que darle ilusiones cotidianas y Rajoy sólo nos va pareciendo un tipo que se dedica a redactar actas notariales y proyectos intangibles. No entendemos su grandeza.
No preocuparse, sin embargo, las gentes que aún le siguen. También Rajoy tiene un plan maestro contra Albert Rivera. Lo están diciendo esta semana los periódicos. El plan de Rajoy es no tener plan. Estarse quieto, dejar que el tiempo pase y el porvenir lo arregle todo. Poner cada día la frontera un poco más allá. Hacer para la historia. Cosa de genios: Rajoy contra Rajoy. El gran desafío del presidente en esta hora de España es vencerse a sí mismo.