¿Más diputados en Gilitos?
Vaya lo preocupados que están algunos partidos de Castilla-La Mancha por reformar la ley electoral y aumentar el número de diputados en las Cortes regionales. Inquietos y revueltos frente a su principal inquietud. Proponen sesudos argumentos, lanzan pomposas explicaciones y sueltan por delante la liebre de la democracia como razón esencial de tan extravagante pretensión: engordarse a sí mismos como partidos, cada uno en su medida. Los peces grandes quieren comer más y los chicos sencillamente se conforman con comer, rebajando los niveles de importancia de lo que realmente vote la gente en las urnas. Un montón de diputados en Gilitos incrementan las posibilidades para todos y también los gastos, los despachos oficiales y los sueldos, pero nadie dijo que la democracia sea barata. Los treinta y tres escaños actuales se les quedan cortos a la mayoría de los partidos y alguno quiere incluso llegar casi a los setenta, que más que una cifra es una ocurrencia apasionadamente defendida como si de verdad eso fuera un planteamiento respetable.
Es tradicional que exista una profunda desconexión de la política con la calle, a veces incluso dos mundos paralelos que recelan entre sí, pero no deja tiernamente de sorprender el afán de algunos políticos por resolverse primero a sí mismos y después si acaso todo lo demás, incluso reconociendo la inteligente voluntad que ponen en sus argumentarios y la pasión democrática con que simulan el bien común y tal y tal. Ponga usted un político en su mesa y al salir habrá olvidado la mitad de las ideas que tenía para dejar su hueco a las que acaban de inducirle de manera tan brillante como embaucadora, siempre en contra de sí mismo. Si alguien intenta convencerle de que su Parlamento autonómico necesita más gente revoloteando alrededor es que aspira a más poder, escaño y sueldo con cargo al presupuesto general: no le habla a usted de sus problemas, sino de los suyos propios.
Es decir, que nos vamos entendiendo. Castilla-La Mancha necesita un Parlamento con sus diputados regionales, pero no más de los estrictamente necesarios. Están bien los que son, que ya son muchos. Este cansino debate recurrente en cada tramo final de legislatura, a medida que se acerca la siguiente convocatoria electoral, es el alboroto propio de la política y sus aspirantes a la hora de comer, pero no tiene ningún interés para el ciudadano. Tal vez me equivoque, pero no conozco a ningún castellano-manchego de a pie, ni de ninguna otra región de España, que se sienta preocupado lo más mínimo por aumentarle el tamaño a la cosa, con perdón.