Rajoy El Impasible en Xanadú
Mariano Rajoy El Impasible observa rígido el incendio de Roma desde su atalaya más alta en Palacio. Quieto y neutro, cercano al cielo, no presenta rastro alguno de emociones. El frío absoluto de su rostro le da un aire marmóreo e impenetrable y ni siquiera el viento que agita abajo las intensas llamas altera la secuencia real o imaginaria de la parálisis total. No respira, no parpadea, no se mueve. La efigie se ha mimetizado con el balcón de piedra que es su mirador y se funde todo en uno en el paisaje del silencio alrededor. El crepitar de la vida ardiendo estalla por toda la ciudad pero se ahoga en sí mismo sin que llegue nunca a traspasar la invisible pero férrea barrera celestial. Rajoy El Impasible, protegido por la nebulosa que reinterpreta y difumina la realidad, mira largo rato la tragedia de la escena y parece incapaz de conmoverse, sobrevolando las sucesivas demoliciones con la mirada helada e invulnerable a los clamores desgarrados. El fin de una era parece estar llegando y en Palacio han cerrado todas las ventanas para que la fiesta del solitario continúe un poco más sin mancharse del ruido y la furia de las calles agitadas o la atosigante contaminación del humo. La felicidad inventada.
Pero la vida se prolonga lenta en la agonía. El emperador de la escalera ha dejado de escuchar alrededor y sólo mira. Colecciona cadáveres en los pasillos y frío en las paredes. Cada vez son menos los que pueden acceder a su ártica presencia y la soledad de los salones gigantescos ha llegado a ser ensordecedora y brutal. Ciudadano Rajoy El Impasible pasea solo y en bucle por Xanadú y ha dejado incluso de soñar con el trineo, sueño roto, brújula perdida, ese mundo asfixiante en blanco y negro que no hace más que darse vueltas a sí mismo y seguir acaparando estatuas y desoladores campos de batalla. Puertas afuera de la verja la vida estalla pero intramuros no se oye ningún eco, tan sólo la vista silenciosa y ausente de la ciudad en guerra consigo misma que el tótem presidencial observa como una naturaleza muerta o un cuadro sin valor. Panorámica indiferente. Coleccionista de atriles y peanas que perdieron su sentido y su discurso, toda su vida.
Roma agoniza y ha puesto en marcha su autodestrucción. La ciudad podrida y sin liderazgo se afana en peleas intestinas y nadie parece ya cuidar de ella. Las grietas son más cada día y más profundas y el imperio parece desbordado y a punto de desvanecerse y morir. Nadie descubre su desnudez al rey, que sigue mirando sobre el hielo la postal. El Impasible cuida absorto de sus tallas, de sus monumentos y doradas monedas, y en su embriaguez camina reflejada su tragedia y su derrota. Solo en mitad de la desolación, no encuentra ya ningún superviviente que quiera hablarle de verdad e intente despertarlo. Pero los incendios ya cercan Palacio: Xanadú será pronto el desierto.