Asombro de Cospedal y su íntima enemiga
La lucha por el poder, que es uno de los grandes clásicos de la condición humana, nos deja estos días una de las estampas más significativas y demoledoras de los últimos tiempos. La guerra abierta entre las dos grandes damas del Gobierno, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y la ministra María Dolores de Cospedal, mientras Mariano Rajoy, fiel a su naturaleza, mira para otro lado y deja que el destrozo continúe. Nadie ha glosado mejor el perfume de la batalla de estas enemigas íntimas que este fin de semana Lucía Méndez en El Mundo, con su buena carga de profundidad y una destilación de malasombra que enriquece mucho el texto y lo convierte en necesario. Lucía Méndez es una de las grandes analistas del periodismo político en España y siempre le ha sabido encontrar a Rajoy el escalón exacto y a Soraya y Cospedal el incendio controlado que llevan provocando una larga década y que el dos de mayo fue la última comedia bufa del ruedo nacional en pleno desmadre.
El espectáculo ha superado ya el carácter de asombroso. Este duelo en palacio entre dos grandes personalidades con mucho carácter y una ambición a prueba de deshielo lleva más o menos soterrada, con episodios puntuales más lumínicos, al menos una década pero ha sido el otro día, en pleno réquiem político de Cristina Cifuentes, cuando el escenario lo han inundado a dúo con mucha gasolina y han dejado que el estallido salte a las aperturas de los telediarios y a todas las portadas, que desde entonces se lo están pasando pipa con el episodio. Pocas veces los fotógrafos de prensa han tenido tan a huevo y durante tanto tiempo la trastienda del poder en plena jornada de puertas abiertas y flashes a todo meter sin que la secuencia tenga prisa por terminar. El regalo al periodismo ha sido maravilloso y tan sencillo y transparente que parece increíble: tesoros de la rebotica que se dan milagrosamente muy de tarde en tarde.
Pero la imagen de Sáenz de Santamaría y Cospedal destrozándose en directo sin ni siquiera una mirada, en medio de la algarabía general, deja de tener sentido sino es en su contexto: el desmoronamiento progresivo de un tiempo y un gobierno que parece haber perdido la conciencia del daño que se está haciendo a sí mismo y que ha hecho de la autodestrucción una forma de ser tozuda y pertinaz. La salvaje demolición interna de los últimos meses es la etapa reina de un largo tour en el que el poder parece haberse perdido el control y el respeto a sí mismo y retoza en los incendios como una forma de recreo final ante el inevitable desplome de los cielos. La complejidad humana resulta siempre intrincada y extraña y yo estoy empezando a no entender ni esto ni nada. Sálvese quién pueda.