Morirse en Ordesa y la España que grita
Aspiro a morirme sin haber hecho daño a nadie. La idea no es mía, por supuesto, estoy seguro de habérsela oído el otro día en una entrevista a Manuel Vilas, el escritor al que amo desde hace algunas semanas. Puede ser que esté equivocado pero diría que no, aunque da un poco lo mismo. Vilas ha escrito Ordesa, uno de los libros más hermosos y profundos que me han caído en las manos últimamente y estoy fascinado a medida que van pasando páginas y palabras, imágenes e ideas. Ordesa no es una novela, al contrario de lo que dice su autor, es un mapa mundi del alma de un ser humano trazado desde la perspectiva imposible de la transparencia y la blancura total. Un tiro a bocajarro. Ahí queda un hombre entregándose a lo importante, a la vida y a sus demonios, que son los nuestros y los de todos. Yo busco libros que hablen de mí, debe ser por cierta edad que ya voy teniendo, y Ordesa es uno de ellos.
Aspirar a morirse sin haber hecho daño a nadie es una idea preciosa. Y radical en su grandeza. Si no es de Manuel Vilas merecería serlo. Es una frase que encierra todo el sentido del mundo y dos o tres horizontes fundamentales. Nos invita además a callarnos un poco y escuchar el maravilloso silencio que eso produce, dejando fuera el estruendo nuestro de cada día. Frente a un mundo que grita, frente a una España en estrépito, frente a la algarabía general y el ruido y la furia, salgamos del enredo y la maraña para vivir en un estado cotidiano tan grande y tan humilde a la vez. Ahora que todos en España nos aleccionan, que todos nos contaminan, que el griterío confuso del ruedo ibérico se ha vuelto tan loco y artificial, tan atropellado e ininteligible, vayamos un rato al paraíso de Ordesa para quedarnos allí alguna temporada. Emocionalmente o cómo sea. No hace falta que todos nos griten y nos digan lo que debemos hacer: es suficiente con que no nos hagamos daño. Con sabernos tan frágiles y en vértigo. Con saber encontrar lo importante.
Uno se reconforta, frente a tanta mentira, con esta verdad inapelable. Manuel Vilas se ha ido a buscar el sitio más recóndito y difícil de su corazón, que es el nuestro, se ha sentado a mirar y de todo eso ha salido una historia que nos enseña todo y nos desnuda a la vez, tan original, tan difícil y tan auténtica. Una hermosura, una idea sencilla frente a la España tremenda que se desgañita y nos ensordece. Mirarnos adentro. Llevábamos todo eso ahí y alguien tenía que encontrarlo y arrojarlo a la luz. Bienaventurados los que todavía seguimos leyendo y más aún los que no han empezado a hacerlo, amén.