El espectáculo de Pedro Sánchez
Lo tiene muy claro. El presidente Pedro Sánchez ha metido a la Moncloa en una burbuja mediático-propagandística de carácter integral y a partir de ahí piensa desplegar toda su acción de gobierno como si cada día fuera la estrella del telediario oficial en el País de las Maravillas. Puro zapaterismo refundado pero esta vez gestionado con talento y vocación pasional por el espectáculo. Es una iniciativa inteligente diseñada para el electorado más incauto, es decir, para el votante medio general que formamos entre todos. La izquierda política siempre ha tenido una excelente relación con la propaganda y la telerrealidad, dos valores que están muy en su genética, pero el caso de Sánchez parece ir todavía un poco más allá y promete darnos alegrías cotidianas y frecuentes. Es extraordinario: máquina total. En pocos días hemos tenido a la perrita Turca feliz por los espaciosos rincones monclovitas, al guaperas presidencial del avión con sus gafas vintage de sol y a las recias manos del prohombre que rige nuestros destinos con teatrales gesticulaciones determinantes y resolutivas. ¿Quién da más en menos tiempo? Sánchez ha soltado en la Moncloa la gran roca de la propaganda y les ha dicho a sus chicos que esa piedra filosofal debe irradiar y envolver a todo lo demás.
Y en eso están. Pedro Sánchez lleva ya incumplida una larga lista de sus promesas previas al desembarco en palacio, pero la pegada mediática se centra en el estilismo y el show para regocijo de los asesores presidenciales y juerga general en las redes sociales y demás artefactos de entretenimiento y despiste público. Evidentemente, no se trata de ningún demérito del presidente Sánchez y su equipo, sino todo lo contrario: una feliz y afortunada gestión de la propaganda con la que probablemente se ascienda en la estima electoral y se obtengan abundantes réditos y simpatías generales. En el mundo de hoy no entender esta sencilla ecuación es un defecto básico que atasca mucho la carrera política de cualquiera y Pedro Sánchez, que ha demostrado ya talento, orgullo y sensibilidad, no está dispuesto a perderse por el agujero negro de ese error. El presidente ha situado la fotogenia en el primer mandamiento del libro de estilo de la nueva Moncloa renacida y por eso cada día nos parece más alto y más guapo y más solidario y más chupiguay. España ha cambiado a un gris registrador de la propiedad de Santa Pola por un showman de lujo estiloso y con glamour, y a nadie de este siglo se le ocurre decir que hayamos perdido algo en la mudanza.
Alguien puede pensar, en su error, en la obscenidad de esta minusvalía democrática y el daño que eso puede causar en el cerebelo nacional, pero esta falta de sentido común es cada día más minoritaria y anecdótica y sólo importa a los viejunos. Sánchez tiene el Factor X: España por fin ha entrado en el siglo XXI y hay que celebrarlo. Cada día un casting, un bolo y unas candilejas. Seamos felices, ahora que ya podemos, amén.