Todo el poder para Sánchez y un poco para Page
Pedro Sánchez ha demostrado ser, con diferencia, el más listo de la clase en la política española del momento. Está muy lejos por ahora de parecer un estadista y tengo dudas siderales de que algún día pueda convertirse en un buen presidente del Gobierno, pero hay que reconocer su sorprendente y hercúlea sagacidad y sus sobresalientes habilidades para la supervivencia, la recreación a conveniencia de la realidad y la egocéntrica adaptación a las circunstancias como mandamientos esenciales de su manual de resistente. Sánchez es mucho más que un líder maquiavélico y ausente de escrúpulos: representa la naturaleza política que se desea a sí misma por encima de todas las cosas y se muestra dispuesta a utilizar los resortes necesarios del poder para que la fiesta dure el mayor tiempo posible. Lo que haga falta y como sea: puro zapaterismo cien veces mejorado. Su ambición es tan indisimulable como su manejo de la verdad, por mucha perplejidad que eso pueda provocarnos. Desconocemos en realidad lo que piensa Pedro Sánchez y lo que está dispuesto a hacer como gobernante porque eso fundamentalmente depende de las turbulencias de cada día y lo que mejor convenga a mayor gloria personal sin reparar en casi nada. Es un tío inteligente sin valores reconocibles porque hasta ahora Sánchez sólo ha enseñado su notabilísimo talento para la navegación incluso en la peor de las tormentas y un perfil soberbio de estratega para mantenerse a flote hundiendo a la vez a todos los demás.
El personaje explica por sí solo su ya larga carrera de éxitos y su por ahora incombustible voluntad de sobrevivir a toda costa, quemar a todo el que se ponga por delante y dejarlo fuera de juego por el camino, en todas direcciones y en todos los partidos, el suyo el primero. En los últimos años no hay rival político que se le resista fuera del socialismo ni enemigo interno que haya superado la fogosidad de su ingenio incuestionable. Su heroica e impredecible resurrección política después de haber sido muerto y enterrado en el PSOE y la cuadratura de la moción de censura imposible contra Mariano Rajoy pusieron en marcha un camino triunfal de vino, propaganda y rosas que le ha llevado a ganar las elecciones, mantenerse como presidente del Gobierno, provocar un serio destrozo general en todos sus rivales y situarse ante un largo horizonte por delante de poder político y gigantismo personal de imprevisibles consecuencias. Un gran ego y un plan de diseño sin miramientos han dado lugar a este personaje que hoy nos gobierna y que quiere seguir haciéndolo así pasen los años. El rey del Falcon quiere ser el rey de España.
Así que a partir de ahora todo el poder es para Sánchez. No tiene a nadie enfrente. Se ha hecho el dueño de la finca socialista y el emperador del ruedo ibérico y su plan de expansión carece a priori de límites, es pura ambición y firme voluntad de permanencia y acaparamiento. Lo iremos viendo. La noche electoral del 28 de abril dejó mucha tristeza en las sedes de todos sus partidos rivales, pero sobre todo provocó indignación y una apagada desesperanza entre muchos socialistas de otra cuerda que vieron volar su oportunidad tal vez ya para siempre. En junio del pasado año nadie vio venir esta tormenta, pero ahora ya forma parte del clima y del paisaje: Sánchez ha venido para quedarse. Al menos a Page, el líder del socialismo castellano-manchego, le queda aún la opción de mantener la Presidencia de la Junta e intentar hacerse fuerte para manejar su territorio. Su poquito de consuelo.