Una democracia culpable
Vamos a no engañarnos. Ni a nosotros mismos ni a nadie. El espectáculo que está dando Pedro Sánchez, y que probablemente va para largo, no es más que la culminación de una serie histórica de errores y despropósitos en cadena que tiene muchos responsables y que se inició en los tiempos de la Santa Transición cuando se fraguaron algunas de las debilidades que en este 2020, convertidas ya en monstruos, están provocando la demolición del sistema tal como lo conocemos. Concatenación de averías democráticas en dos grandes direcciones. Una: pérdida progresiva del sentido del Estado en los principales partidos políticos y la consiguiente degeneración hacia el sectarismo, la propaganda demagógica y la sordera general. Y dos: concesiones sistemáticas, constantes e interesadas de los dos grandes partidos, PSOE y PP, a los nacionalismos hasta el punto desastroso de convertirlos en radicales separatistas sin vuelta atrás y en fase lunar creciente. Todo lo demás ha llegado solito por la vía de las consecuencias de este alarmante cortoplacismo de la política española y la odiosa manía de mirar para otra parte siempre que el poder se mantenga al calorcito y vengan los diluvios que vengan a lo largo de los años.
Pedro Sánchez, ese hombre, es sólo el resultado. La decantación de la degeneración política nacional de los últimos treinta años y la gloriosa quintaesencia de una democracia débil que empezó siendo ejemplar y que vino a dar en demolición ética e institucional gota a gota, día a día, año a año hasta alcanzar las cumbres actuales de perfil grouchomarxista. Todo es tragicómicamente ridículo y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra: España es culpable, la democracia es culpable, los principales partidos, sobre todo, son culpables. González, Aznar, Zapatero, Rajoy, cada uno en su medida y su tiempo. Por abandono, por laxitud, por displicencia, por glotonería electoral, por sectarismo, por pereza colectiva y por ver los problemas venir sin hacer más que alimentarlos con tal de mantener todas sus ambiciones de poder a cambio de lo que sea. ¿En qué momento se jodió España? No lo sé, pero algo bueno puede haberse roto para siempre y lo van a certificar al alimón Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en connivencia con esos partidos y dirigentes políticamente indeseables cuyo pensamiento político central es pegar la chispa y que todo salte por los aires. No sé si cabe a una nación democrática caer más bajo, ser más débil y esperar menos de sí misma.
Plácidamente dormitando en décadas felices de abandono hemos llegado hasta Sánchez. Rasguémonos las vestiduras, pongamos el grito en el cielo, aventuremos el apocalipsis, desahoguemos los insultos y las tertulias incendiarias, tan cansinas y repetitivas, pero tengamos claro que hasta llegar a esta parte final del camino hemos recorrido una eternidad ciegos, despreocupados e irresponsables. También el periodismo. Sánchez se cree Adán pero es sólo el desenlace, el punto de llegada, la penosa consecuencia de una siesta general de treinta y tantos años que ya no pueden recuperarse. Con el agravante de que, además, su ambición de poder es tan gigantesca y evidente que, por su propia naturaleza, le otorga a Sánchez talento, resistencia y hasta genialidad suficientes para perdurar en el tiempo y como sea. El sanchismo que viene: disfrutémoslo, que nos lo hemos ganado a pulso.