Page presidente, Núñez vicepresidente
El coronavirus va a convertir en antigüedades olvidables muchas estructuras políticas y sociales. Tal vez sea una novedad en positivo que nos deje esta brutal pandemia a los españoles. No lo sé, aunque lo espero. La vieja política de medio pelo puede pasar a mejor vida y transmutarse en un mal recuerdo de la Historia. Ojalá: mi medio lado optimista me da razones que mi escéptico corazón no entiende. El drama de los dos últimos meses nos deja una mirada de perplejidad sobre el anteayer porque, de pronto, el modelo político de los últimos años, especialmente desde el salvaje 11-M, ha empezado a parecernos viejuno e inservible. Insoportable, demagogo, estúpida efervescencia. Toca reemplazarlo por otro mejor y más eficiente: menos chusco, sectario y charlatán y más entregado a la grandeza y el entendimiento por el superior interés nacional. O sea, por la gente. Vemos ahora ese antiguo modelo y nos parece tan vacío y tan banal que no podemos aguantar la verborrea.
La política de acción-reacción que ha sido el eje de la vida pública en las últimas décadas en Castilla-La Mancha, con un permanente y mediocre cruce de batallitas políticas sin imaginación ni aprovechamiento alguno para el ciudadano, también sería bueno que saltara por los aires para ser sustituido por un modelo nuevo y eficaz que de verdad tenga alguna utilidad. Ya va siendo hora. La democracia y la vida parlamentaria, me parece, son mucho más que un diálogo de sordos y nota de prensa diaria de réplica-contrarréplica y un reproche permanente de unos contra otros sin llegar a ningún puerto. Desde luego esta vieja forma de hacer en la política castellano-manchega, tan gastada y evidente, ya no vale para el tiempo que vendrá tras el tremendo impacto global del coronavirus: será un tiempo nuevo en el que vamos a exigirles mucho más a los líderes políticos y en el que quiero pensar que sólo podrán sobrevivir aquellos dirigentes capaces de entender lo que de verdad sucede y ponerse de acuerdo para afrontarlo y resolverlo. Nos enfrentaremos a un mundo nuevo que nos planteará retos desconocidos, y eso va a exigir grandeza, generosidad y talento en la vida pública.
Así que supongo que no va a suceder, que resulta un imposible, pero en este contexto he tenido un humilde y sereno sueño castellano-manchego, una pequeña y loca aspiración que me encantaría ver convertida en realidad: la suma de todos para gobernar Castilla-La Mancha y, desde la honestidad y la limpia colaboración, servir a los castellano-manchegos y afrontar juntos y bien liderados la crisis que está a punto de inundarlo todo. Sería un gran ejemplo nacional. En lo concreto de la política actual de la región y a tenor de las excepcionales circunstancias: un gobierno de concentración regional liderado por el presidente socialista Emiliano García-Page, con el jefe de la oposición, el popular Paco Núñez, en la Vicepresidencia o similares, y un reparto de altos cargos y consejerías que incluya también a Carmen Picazo y Ciudadanos, es decir, los tres partidos del arco parlamentario autonómico. ¿Tan difícil es? El pacto por la recuperación de Castilla-La Mancha que ya ha ofrecido Page al PP y Cs podría ser la base de esta gran coalición presuntamente imposible.
Imagino que no habrá ocasión de llegar a este destino, y ni siquiera sé si no se trata más que de una simple tontería, pero tengo legítimamente derecho a creer en ello y decirlo en voz alta. ¿Hay alguna razón preestablecida y obligatoria que nos conduzca a renunciar a ser mejores?