Fuego amigo. José Luis García Martín.
La última entrega (2016) de los diarios de José Luis García Martín lleva por título 'El arte de quedarse solo', un arte que lleva cultivando desde su primera página publicada. En la entrega que leo estos días, 'Fuego amigo', perteneciente a los años 1999 y 2000, se recoge esa inquietud, uno no sabe nunca si con miedo, placer o ese particular cinismo del autor: “Vuelvo a casa de no demasiado buen humor. ¿Qué amigo perderé con este nuevo libro? Me temo que más de uno podrá dejar de saludarme con toda la razón del mundo" (Página 185). Un sentimiento que también aparece cuando casi al comienzo dice: “Estoy hasta las narices del diario. Hace falta ser un irresponsable para publicar unas páginas que solo sirven para que todo el mundo se enfade conmigo” (Página 14).
Aunque hay que decir que no todos los que salen en los días de García Martín tienen motivo para enfadarse con él, como es el caso del toledano y residente en Nueva York Hilario Barrero, que ejerce de anfitrión allí, o de Andrés Trapiello, que le presenta en la solapa del libro, con el que intercambia maldades y verdades y retroalimenta preguntas y respuestas con su 'Salón de pasos perdidos': “Tampoco me canso nunca del diario de Andrés. No sé si va ya por la página tres mil o la cuatro mil, es igual: podía llegar a las cuarenta mil. Y eso que no dejan de fastidiarme alguna de sus manías. Lo abre uno por cualquier parte no tarda en ser seducido" (Página 111).
Una de las cosas que distingue estos días de final de siglo de los anteriores es el embuchado de una novela corta, 'En busca de Mario Milanese', aparecida por entregas en Les Noticies, un semanario en asturiano (Páginas 62 a 99) y también un artículo elaborado sobre una conversación con Pío Baroja incluido en los papeles de Claudio Ochoa, un médico de Oviedo con vocación literaria en su juventud y que, como sospecha el autor, “tienen algún interés para los muchos aficionados al novelista vasco” (Páginas 55-58).
Un apartado especial merece también la viuda y administradora plenipotenciaria del legado de Rafael Alberti. Martín recoge todo lo que en aquellos años se dijo, y en especial algunos testimonios demoledores de Benjamín Prado y Luis García Montero, que se las tuvieron tiesas en los periódicos con la señora (Página 112 y ss.). Descacharrante la conferencia de Carlos Bousoño sobre la poesía de Claudio Rodríguez, en la que lo único de lo que no habló fue de la poesía de Claudio Rodríguez (Página 124). Y, como siempre, la especialidad de la casa: los poetas y su mundo de poetas a propósito del relato de una entrevista de Marcelino Mestre a José Antonio Moreno Jurado: “¡Qué tropa los poetas! Siempre desdeñando los honores que se conceden a otros, siempre rebosantes de engreída vanidad. En el fondo, todos somos Moreno Jurado. Ahí estamos, en medio del bullicio de una estación, entre gritos, maletas y empujones, tratando de deslumbrar a un periodista, tratando de demostrar que somos más listos, más profundos y más honestos que nadie. Unos pobres peleles de rutilante calva, eso es lo que somos. (Tendré que aprender a ponerme un poco menos estupendo para no ir por esos mundos haciendo el Moreno Jurado)” (Página 187).
Menos mal que los lectores de García Martín sabemos que no se toma sino como literatura una buena parte de lo que dice de los diarios: “Si yo volviera a publicar un diario, algo que espero no hacer jamás, colocaría al frente esta advertencia: Cuento lo que vi, repito lo que oí, no me invento nada, pero eso no quiere decir que en estas páginas falten leyendas, las verdades a medias, los hechos tergiversados, las suposiciones disparadas; a fin de cuentas la vista engaña y nada nos garantiza que lo que oímos, y anotamos con exactitud, sea algo más que una patraña verosímil.”
José Luis García Martín. Fuego amigo. Años 1999-2000. Ed. Llibros del pexe, 2000. 302 páginas. 9 €.