Lichtenberg. Aforismos
A Georg Christoph Lichtenberg (Ober-Ramstadt, Alemania, 1742-Gotinga,1799) ha llegado uno a través de las referencias que Paul Lèautaud hace en su monumental Journal Litteraire. Antes había visto alguna referencia a él de Schopenhauer y de Nietzsche, cuando decía que Lichtenberg “había escrito una de las cuatro obras rescatables de la literatura alemana”, también alguna de Tolstoi; Josep Pla, fiel lector toda su vida de los moralistas franceses, Montaigne, La Rochefoucauld, Chamfort, La Bruyère, lo añade entre ellos. Juan Villoro, en su espléndido prólogo a la presente edición de sus 'Aforismos', añade a sus fieles y rendidos lectores a Goethe, Hofmannsthal, Kierkegaard, Wittgenstein, Auden, Musil, Jünger, Canetti y muchos otros. Con esas referencias no es extraño que el número de sus lectores aumente cada día.
Como casi siempre, cuando hay un buen prólogo en una obra, es mejor dejar hablar al introductor, y mucho más cuando lo hace de una manera como Juan Villoro, que presenta al personaje y al escritor en este párrafo:
“El hombre que escribió poemas para bodas, infló vejigas en sus clases, colocó pararrayos en los edificios, promovió los balnearios y la obra Shakespeare, ensayó dietas, experimentó con la electricidad, retrató al actor Garrick y a la muchedumbre londinense, se enamoró de una florista y una vendedora de fresas, discutió de astronomía con el rey de Inglaterra, escribió de modas para las damas alemanas, llevó un registro de los entierros que veía desde su ventana, estudió las maniobras de los batallones de asalto, polemizó sobre la fisiognómica y la escritura griega, no se deja reducir a unos temas básicos. Su curiosidad atendía por igual a la teoría de Newton que a un botón roto después de siete años de ser el leal sostén de sus pantalones. Ni sus 50 años ni un intenso dolor de muelas impidieron que una madrugada saliera a ver el paso de la artillería prusiana, como si ése fuera el máximo interés de su vida.
Hay, por supuesto, algunas constantes en este vasto repertorio: la crítica de lo establecido (del lenguaje común, los sistemas de pensamiento, la iglesia católica, el gobierno absolutista, los nacionalismos en general y la cultura alemana en particular); el valor de la duda y el escepticismo; la unidad de la mente y el cuerpo (defensa del racionalismo siempre y cuando acepte la subjetividad, la fuerza cognitiva de la intuición: conocer el mundo es lo mismo que conocernos); la creencia en el dios de Spinoza y en una cultura abierta, sin otro límite que la naturaleza misma (Homero, el rostro humano, un uniforme militar y el queso suizo son, por igual, temas culturales)" (Página 69).
“Como Goethe, el autor de los Aforismos fue un cazador de luces, pero no quiso embotellar relámpagos sino chispas” (Página 77).
Como final, unas muestras de chispas embotelladas:
“Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol. Carecemos de palabras para hablar con los tontos de sabiduría. Ya es sabio quien antiende a un sabio” (Página 160: El lenguaje y otras manchas de tinta).
“Como vieron que no le podían colocar una cabeza católica se contentaron con cortarle una protestante” (Página 119. Sacerdote de sí mismo).
“La moderación presupone el placer; la abstinencia, no. Por eso hay más abstemios que moderados” (Pág. 107. La mente y el cuerpo).
“Me gustaría haber tenido a Swift de barbero, a Sterne de peluquero, a Newton en el desayuno y a Hume en el café” (Página 81. El hombre en la ventana. Fragmentos autobiográficos).
En fin, con Lichttenberg tiene uno asegurada lectura para toda la vida.
Georg Christoph Lichtenberg. Aforismos.Edición y traducción de Juan Villoro. Fondo de Cultura Económica. 1ª Reimpresión, 2015. 9 €.