Una práctica suicida en el sector vitivinícola regional
José María Fresneda, secretario regional de ASAJA, denunció la semana pasada la práctica sistemática de la chaptalización en unas cuantas bodegas de la región. Para el profano en materia enológica, hay que decir que la práctica de la chaptalización consiste en la agregación de azúcar, ya sea de remolacha o de caña, o mostos concentrados con el fin de elevar el grado de azúcar antes de la fermentación del mosto y por lo tanto el grado alcohólico del producto resultante, que según la definición recogida en el Reglamento Europeo del vino del año 2009, es cualquier cosa, pero no vino. Esa normativa europea lo deja bien claro: “Vino es el producto obtenido exclusivamente por fermentación alcohólica, total o parcial de uva fresca, estrujada o no, o de mosto de uva”.
El problema no es nuevo, pues hace ya más de un siglo los viticultores franceses meridionales de las comarcas del Languedoc y el Rosellón provocaron unas revueltas de amplia repercusión social contra la práctica realizada sistemáticamente en Alemania y en las propias zonas productoras de la misma Francia más al norte. La escasez de horas de sol en esas zonas es el factor más importante para que sus vinos alcancen un grado alcohólico por encima de los once grados y que desde tiempos muy antiguos se sometiesen los mostos en fermentación a estas manipulaciones. En Francia, ya anteriormente a la convulsión de las revueltas de las zonas sureñas de principios del siglo XX, la ley de Griffe de 1885 regulaba esta práctica que toma su nombre del químico francés Jean-Antoine Chaptal, aunque no fuera el primero que la utilizó.
En el caso de los vinos castellano-manchegos, está muy claro que este fraude no se realiza para suplir ninguna deficiencia, porque las horas de sol son más que suficientes para la maduración de la uva, sino para conseguir falsos “vinos” que luego son utilizados para encabezar otros de regiones en los que no se alcanzan los grados exigibles o para derivarlos hacia la producción de destilados alcohólicos, entre los cuales, las ginebras ocupan un destacado lugar.
Desde hace muchos años el viticultor castellano-manchego está concienciado en la apuesta por el valor añadido que otorga la calidad sobre la cantidad, el embotellamiento y el control sobre sus productos y sabe el primero que estas prácticas, claramente fraudulentas, le acaban perjudicando, aunque en algún momento, en situaciones de crisis, alguien haya podido echar mano de una medida que se convierte en un plazo muy corto en un verdadero suicidio para el presunto beneficiario.
José María Fresneda ha sido el primero en dar la voz de alarma y hay que agradecérselo. Eso sí, la llamada de atención debería haber ido acompañada por la correspondiente denuncia en el Juzgado de Guardia y ante la prensa con el nombre y apellidos de los responsables.