García Molina pide el alta en el PP
En el PP no se lo creían cuando el jueves por la tarde se supo la noticia del “oportuno” viaje a Barcelona del vicepresidente segundo del gobierno de Emiliano García-Page. Carmen Riolobos apareció exultante en la enésima comparecencia en la que pedía su cese fulminante. García Molina se ponía de nuevo el traje de Molina III y justificaba de la a a la zeta la estrategia del PP regional desde que se supo que Podemos tendría dos Consejerías con una vicepresidencia incluida. En el PP hasta el más tonto sabía que con los precedentes de felonías, burlas y traiciones varias, con que había obsequiado a su aliado, su entrada en el gobierno se convertiría en una mina a explotar. No ha tardado ni un mes y además lo ha hecho jugando con material sensible y traspasando una línea roja, de esas sobre las que Page siempre se ha ufanado que no se traspasarían con su consentimiento. Ya se sabe, el poder a cualquier precio, los gobiernos Frankestein, la unidad de la patria… Esos temas, con los que ha pretendido poner una nota de sensatez y diferencia con la dinámica impulsada desde Ferraz, plena de calculadas ambigüedades en un momento crítico para el futuro de España.
En el PP no se creían el regalo del barcelonín de Talavera, mientras la fontanería de Fuensalida trabajaba a tope para minimizar daños y conseguir que al menos no se presentara ante Oriol Junqueras y Ada Colau con las credenciales de embajador del gobierno de García-Page bajo el brazo. Es lo único positivo que en el PSOE sacan de un rejonazo en todo lo alto de Emiliano García-Page con todo el aire de una invitación a seguir el guión que desde hace un mes repiten incansables los portavoces del PP. Molina III pedía el cese a gritos.
Y es que a pesar de que en Fuensalida nadie se engaña y son conscientes de que la provocación se repetirá, como se repitió la puñalada de pícaro de la semana trágica de la defenestración de Sánchez con la bomba de racimo del no a los presupuestos, también saben que ahora es ya imposible dar marcha atrás. Han metido al enemigo en casa. Se conforman con vender a la prensa el triunfo que supuso que García Molina no se presentara en su ciudad natal como el vicepresidente segundo que es. Amarga y magra victoria. Aunque como dijo Winston S. Churchill, tras Dunquerke, las guerras no se ganan con retiradas.
Si ya antes la desconfianza mutua era total, tras el regalo de García Molina al PP de Cospedal y Tirado, en el PSOE sólo se espera cuándo será la siguiente del inefable Molina III.