El suicidio nacionalista del centro izquierda o el silencio de Page
El PSOE de la Transición, el del XIII Congreso de Suresnes, el de Felipe González y Alfonso Guerra, tenía claro lo que quería ser. Huía de los extremistas y de los procesos revolucionarios como el gato escaldado por una guerra civil en la que tuvo mucho que ver abandonar el socialismo reformista que había sido su seña de identidad. Hoy, del PSOE de Sánchez sólo está clara su voluntad de alcanzar la Moncloa con el “como sea” zapaterino como bandera, aunque en el fondo de ese zurrón viaje incluida la liquidación de una nación con más de cinco siglos de historia.
Las últimas iniciativas parlamentarias cuando España se está jugando su futuro, como la reprobación de la vicepresidenta o la continua equidistancia que se ha impuesto como táctica desde la dirección de Ferraz, entre los que defienden la ley y los que se burlan de ella, son suficientemente elocuentes hasta para el más despistado de los observadores. Si la izquierda antisistema ha visto en la crisis catalana una oportunidad única para reventar el ordenamiento constitucional del setenta y ocho y no lo oculta, el peor PSOE de la democracia se refugia en la ambigüedad y en los silencios calculados, con la corta mira de conseguir el poder de la mano de los que sin ninguna duda serían sus liquidadores.
No es de extrañar que gente tan poco dudosa de marianismo, como Alfonso Guerra o José María Barreda, hayan salido alarmados a llamar la atención sobre la deriva de Sánchez y los suyos: el PSOE se juega su futuro como partido, y lo que es mucho más grave, España se juega su futuro como nación.
Y en esto, los sectores del PSOE que todavía tienen algún peso interior, de forma individual o institucional, tienen una tremenda responsabilidad sobre lo que en los próximos días ocurrirá indefectiblemente. No pueden permanecer callados, escondidos o refugiados en declaraciones “a lo Piqué”.
En lo que nos toca en Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, ni como presidente de todos los castellano-manchegos, ni como secretario general de un PSOE que pretenda ser otra cosa al de Sánchez e Iceta, puede permanecer en el silencio atronador de los últimos días y mucho menos que ese silencio esté basado en el posible desencadenamiento de una crisis de gobierno con su supuesto aliado, o la excusa de que la política nacional es competencia de la dirección nacional.
De la misma manera que el gobierno de Puigdemot ha sometido en los últimos meses a una cadena de burlas y deslealtades inadmisibles al Gobierno de España, el vicepresidente de Podemos en el gobierno de Castilla-La Mancha se ha burlado y ha provocado, con premeditación y alevosía, a su supuesto aliado. Ni Page puede permanecer callado un minuto más, ni García Molina un segundo más en ese gobierno, sin que al presidente se le juzgue en el futuro con el mismo rasero de todos los que en esta hora difícil callaron o miraron para otro lado.