A don Braulio se lo llevan los muertos vivientes
A Don Braulio, arzobispo de Toledo, se lo llevan todos los demonios cuando llegan los primeros días de noviembre y aparecen las máscaras, las calabazas, los muertos vivientes y toda esa parafernalia americana asociada a la fiesta de Halloween. Sobre todo se lo llevan los zombies de truco o trato, cuando en colegios, entidades o instituciones más o menos asociadas a la Iglesia católica se promueve lo que él define como “extraña parodia de la muerte” y “una fiesta que no se sabe si es para meter miedo con la muerte o para reírse de ella”. Claro que peor es lo de los colegios religiosos catalanes y el adoctrinamiento nacionalista tan acorde, como cualquiera cristiano sabe, con la vocación universal de la iglesia contenida en su propia definición de "católica". Pero ya se sabe que se ve que es más fácil mirar hacia Hollywood o hacia la abadía de Montserrat con su mosén trabucaire a la cabeza, que a la Roma de toda la vida.
Uno, en sus últimos años en la enseñanza, vivía con vergüenza ajena los esfuerzos del sector progre en los centros por convertir los carnavales o la horrorosa fiesta de los muertos vivientes en el eje de la vida en los centros durante el máximo de días posibles. La paradoja es que el mismo sector arrugaba el ceño cuando el profesor de religión promovía con sus alumnos el montaje de un Belén o un concurso de villancicos. Tengo a gala decir que nunca participé en una de estas mascaradas de invierno o primavera por las que desde niños he sentido un rechazo visceral, que asocio a la utilización de la máscara que oculta la verdad y que transforma en mentira lo que oculta y lo que muestra.
Uno entiende que la industria del ocio promueva todo tipo de espectáculos y fiestas pues en ello está su supervivencia. Las discotecas, los pubs, los bares, los lugares de reunión social tienen en estos días una fuente de ingresos a la que no tienen por qué renunciar, como es lógico. Otra cosa es que sean los centros educativos, religiosos o laicos, los que promuevan unas fiestas en las que uno no encuentra ni uno sólo de los valores necesarios para la educación de un niño o un joven.
Los carnavales se rescataron en muchos lugares simplemente porque durante años estuvieron prohibidos, como si la misma prohibición obligara a hacer lo contrario para recuperar la libertad prohibida. En los centros educativos en esos primeros momentos los sectores que los promovían lo hacían vendiendo la necesidad de la “recuperación de las tradiciones populares”, aunque ya se ha visto que por mucho que lo han intentado, en los lugares donde no había un verdadero arraigo, el fracaso ha sido estrepitoso. Uno espera que con Halloween pase lo mismo en unos pocos años. Como a don Braulio, a uno también se le llevan todos los demonios cuando en las vísperas de ir al cementerio a llorar a los míos, unos adefesios se los toman a cachondeo promovidos desde las escuelas. Inevitable no acordarme de algunos de los suyos… me da por culo.